En la esfera pública, en las fuerzas de seguridad, en la enseñanza escolar y en las tiendas en las calles donde ha vuelto el comercio, la mujer siria está en todas partes.
Esta es una ciudad en cuyas calles las mujeres fueron compradas y vendidas, cautivas y esclavizadas por combatientes del Estado Islámico que habían declarado a Raqqa su capital. Ahora, seis meses después de su liberación, las mujeres están regresando a la ciudad con sus familias y asumiendo nuevos roles en el proceso de reconstrucción, a medida que reinician sus vidas y abren las tiendas.
“Soñaba con abrir esta tienda; ahora es el momento adecuado para hacer realidad mi idea”, dice Hawla, una comerciante de Raqqa que posee una tienda de ropa femenina cerca del centro de la ciudad. Abrió su tienda, que vende sostenes, ropa interior y camisones hace un mes, después de regresar a casa tras la ardua batalla por Raqqa librada por las Fuerzas Democráticas Sirias (SDF) respaldadas por Estados Unidos; salvo que ahora algo ha cambiado en la ciudad.
“Solíamos ver hombres en todas estas tiendas, pero ahora hay mujeres”. Hawla señala hacia la calle, a un escaparate cuya mitad superior está oscurecida para que los hombres desde la acera no puedan ver lo que hay dentro, y habla sobre lo que le espera a su ciudad y a ella misma.
“Espero que el futuro sea realmente bueno después de todo lo que hemos visto; estábamos rotos y esperamos que el futuro sea mejor”, dice. “Al principio yo era la única con una tienda y ahora hay más mujeres. Esto es nuevo para Raqqa”.
Para las mujeres, dice Hawla, las cosas están cambiando por dos razones: primero, ISIS empujó a las mujeres demasiado lejos y esto las hizo más decididas a plantar cara.
“Cuando ISIS estaba aquí, estábamos muy reprimidas. Las mujeres no podían hacer nada. Nos decían, ‘debes ponerte el niqab y quedarte en tu casa’. Todo estaba prohibido. Esto nos hizo sentirnos ansiosas por trabajar. Su presión nos ayudó a liberarnos”, dicen ella y otras mujeres en Raqqa.
La segunda razón por la que Hawla posee esta determinación es que cuando huyó de Raqqa, durante los combates contra el ISIS el año pasado, vio algo inesperado: mujeres en territorios liberados que estaban desempeñando todo tipo de papeles en la sociedad civil y militar. No importa que fueran kurdas y ella fuera árabe, dice Hawla. Lo que le importaba era lo que tenían en común.
“No hay diferencia entre nosotras y ellas, ambas somos mujeres”, dice Hawla. “Lo que es realmente importante ahora es que las mujeres están teniendo un papel”.
Oí hablar de estos dos temas en Raqqa mientras hablaba con mujeres sobre sus historias de supervivencia y resistencia. Las pruebas que tuvieron que enfrentar a manos del ISIS, junto con la experiencia de ver a otras mujeres jugando diferentes papeles en sus sociedades, las motivan, me dijeron, incitándolas a contribuir en su ciudad. Los desafíos son muchos, la destrucción es total y abrumadora, y su número, aunque difícil de medir, es probablemente pequeño. Pero no hay duda de que las mujeres se están uniendo y buscando formas de impulsar a sus familias, sus comunidades y a sí mismas. Que tengan éxito depende en parte de si los Estados Unidos y la coalición que derrotó a ISIS decide invertir en su futuro. La misión no es construir naciones, sino un objetivo mucho más alcanzable, ya visible y en marcha: mantener la estabilidad.
En uno de los distritos del noreste de la ciudad, Rumeilah, interrumpí una reunión del consejo de mujeres, que acababa de comenzar. Este consejo local de mujeres, reunido en una casa de dos habitaciones junto a una calle tranquila, comenzó su trabajo hace diez días, dice su organizadora Zelikha Ebdi. Su sueño es reunir suficiente dinero para financiar un taller de costura, con el fin de conseguir que todas las mujeres vengan a trabajar a él. Cada día, las mujeres llegan al centro para inscribirse para trabajar con el consejo de mujeres, las fuerzas de seguridad u otras organizaciones locales de la sociedad civil.
“Las mujeres en Raqqa han sufrido mucho”, dice Ebdi. Inclina la cabeza en dirección a las mujeres sentadas en círculo en esta oficina, que hablan sobre cómo planean organizarse y los servicios que quieren tener en su vecindario. “Éste es un nuevo paso para todos. Nos preguntamos si las mujeres podrían tomar parte. Como éramos de Raqqa, nunca habíamos tenido antes esta experiencia, pero todas estas mujeres son de familias que vuelven a Raqqa”.
Entre las docenas de mujeres reunidas está Bera’a, una madre de tres niñas. ISIS se llevó a su esposo hace tres años y medio, dice, y no lo ha visto desde entonces. Sentada al otro lado del círculo, otro miembro del consejo de mujeres se hace eco de las palabras de Hawla.
“Sufrimos durante cuatro años, pero eso nos ha dado la presencia para luchar por nuestros derechos”, dice Ebdi. “Vimos a esas mujeres en Qamishlo”, dice ella, refiriéndose a las mujeres kurdas que forman parte de las SDF y la policía local. “Sabíamos que se estaban organizando y trabajando por los derechos de las mujeres y vimos a esas mujeres actuando en la sociedad, y nos dijimos: ‘¿Por qué no podemos hacer esto nosotras?’”.
Una respuesta: tradicionalmente, las familias árabes en el noreste de Siria son consideradas más conservadoras que las familias kurdas, muchas de las cuales han visto a sus hijas unirse a las Unidades de Protección de las Mujeres, conocidas como YPJ, en la lucha contra ISIS .
Fuera del noreste de Siria, los expertos se prestan enseguida a discutir las razones por las que el experimento de igualdad de las mujeres puesto en marcha en esta zona aislada de edificios en peligro no tiene posibilidades de perdurar un año, mucho menos la guerra. Pero sobre el terreno, las mujeres están haciendo cambios, lentamente, a pequeños pasos, y en maneras que están remodelando sus vidas.
“Odiaba a ISIS y quería hacer algo”, dice Hind, de 22 años, nativa de Raqqa que ahora sirve en Asayish, la policía local. Era una de las varias mujeres jóvenes que andaban por los pasillos de las oficinas de las fuerzas de seguridad y que vimos mientras esperábamos nuestra entrevista.
“ISIS decapitó a dos de mis primos”, dice Hind. “Cuando regresé, quería hacer algo por mi ciudad; amaba mi ciudad y quería formar parte de la reconstrucción. Siento que estoy haciendo algo muy importante”.
Raramente está sola, nos dice.
“Mi hermana, mis amigas, muchas mujeres que conozco, se están uniendo a Asayish”, afirma.
Hind soñaba con convertirse en farmacéutica. Estaba en su primer año de estudios de farmacia en la universidad local cuando ISIS tomó el poder y cerró su facultad. Su familia permaneció en Raqqa hasta el final de los enfrentamientos, cuando huyeron a la ciudad norteña de Manbij para escapar de la brutal batalla. Tan pronto como el ISIS fue derrotado, su familia regresó a su hogar, gran parte del cual estaba destruido. Durante los últimos tres meses ha estado sirviendo en Asayish. Y por primera vez en mucho tiempo, dice ella, tiene esperanza.
“Estoy feliz porque la situación es mejor”, dice ella. “Todo está bien ahora, hemos regresado y nuestro trabajo va bien. Es la primera vez que me siento optimista porque es la primera vez que trabajo; la primera vez que siento que estoy haciendo algo”.
Y responde rápidamente a los críticos que dicen que todo esto es un experimento limitado sobre la igualdad de las mujeres, nacido en comunidades kurdas y que vive en un tiempo prestado.
“Diría que deben deshacerse de las ideas de ISIS que mantienen en su cerebro”, dice Hind. “Sufrimos mucho bajo ISIS, muchas niñas sufrieron bajo ISIS . Quiero demostrarme de lo que soy capaz por mí misma precisamente por todo lo que sucedió”.
“Aquí”, afirma, “estamos haciendo nuestro trabajo”.
Fuente: Gayle Tzemach Lemmon / Defense One / Fecha de publicación original: 23 de abril de 2018 / Traducción: Rojava Azadi Madrid