Periódicamente grandes islas de hielo, del tamaño de una ciudad, se forman en el Océano Antártico, derivan hacia el norte, se licúan y desaparecen. Los mares aumentan de superficie imperceptiblemente. Hoy es un glaciar en Groenlandia, uno importante: se partió en dos. Lo recibe también la mar.
Agoniza el glaciar Jakobshawn Isbrae, que en el punto donde el hielo se encuentra con el océano se ha desplazado 1.5 kilómetros en un día y se aleja de tierra. La superficiees de siete kilómetros cuadrados, equivalente a la octava parte de la isla de Manhattan, en Nueva York. Para los científicos es sorprendente quie el fenómeno se produzca con tal velocidad:
“A pesar de que se han registrado rupturas de esta magnitud en el Jakonbshavn y otros glaciares en el pasado, este suceso es inusual porque ha ocurrido al final de un cálido invierno que ha hecho que no hubiera más hielo en el mar en los alrededores de la bahía”, ha explicado el científico del programa cryosférico de la central de la NASA, Thomas Wagner.
Crece la tendencia entre los estudiosos hacia la teoría de que el calentamiento de los océanos es responsable de la pérdida de hielo observada desde Groenlandia hasta la Antártica.
El glaciar Jakobshavn Isbrae está situado en la costa oeste de Groenlandia en la latitud 69º norte y se ha retirado más de 45 kilómetros durante los últimos 160 años, 10 kilómetros en la última década.
Los científicos estiman que más del 10 por ciento de la pérdida de hielo de Groenlandia procede, precisamente, de este glaciar, que también está considerado como el más grande contribuyente al incremento del nivel del mar en el hemisferio norte.
En la Antártica
El último gran desprendimiento de hielo en el sur se produjo en el este del continente antártico febrero de 21010. Una masa de 2.500 kilómetros cuadrados se desprendió del glaciar Mertz tras el choque de un iceberg gigante a la deriva. Los científicos temen que este fenómeno afecte a la circulación de los océanos en todo el mundo y a la vida marina en la región.
Corolario: con precisión matemática, se diría —y mientras los países con actividades calentadoras discuten qué no hacer o que en todo caso paguen los pequeños—, el mundo tal como lo conocemos camina hacia un cambio poco predecible y de riesgo para la especie humana.