La conmemoración en estos días en Porto Alegre de los primeros diez años de vida del influyente Foro Social Mundial (FSM), ha servido para hacer un balance de lo alcanzado por éste y trazar unas perspectivas estratégicas que le permita incidir, con mayor efectividad y fuerza, en la potenciación de “ese otro mundo posible” que ha sido su razón de ser. Como tal, el Foro ha servido de espacio decisivo de encuentro en estos últimos años de eso que se ha llamado “el movimiento de movimientos”, esa pluralidad de movimientos sociales y fuerzas políticas que por doquier, a partir de las nuevas experiencias de lo común y más allá de los Estados y los partidos tradicionales, ha confluido en torno al objetivo común de derrotar la globalización neoliberal.
Según Leslie Sklair, experto en globalización de la London School of Economics, el FSM se ha tornado en el más importante referente de la política internacional, sobre todo a partir de unas bases programáticas que pudieron advertir las graves consecuencias que tendría para la humanidad la orientación neoliberal dada a la economía global durante las pasadas tres décadas. La crisis económica global desatada a partir del 2008 validó completamente su crítica.
“En estos días, con la crisis del capitalismo, cada vez más personas en el mundo están asumiendo una actitud crítica de cara a la capacidad del capitalismo neoliberal y de sus variantes sociales para resolver problemas”, sostiene Sklair. Según un estudio reciente de éste, el modo de producción capitalista parece haber llegado a sus límites, lo que ha contribuido a la intensificación de la lucha de clases, así como la explotación salvaje y no sostenible de los recursos tanto humanos como naturales.
Para el periodista uruguayo y respetado especialista en movimientos sociales, Raúl Zibechi, la actual crisis sistémica que encara el capitalismo no puede entenderse sin el protagonismo del FSM. “En estos 10 años se ha producido un cambio notable a escala mundial que se puede resumir en la crisis sistémica, por un lado, y en la expansión de los movimientos antisistémicos a cada rincón del mundo, por otro.”
Son dos caras del mismo fenómeno: por un lado, ha entrado en crisis aquello que hasta hace poco se nos pintaba como eterno, el capitalismo; por otro lado, se incrementaron las resistencias altermundistas hasta el punto de haber puesto en jaque la legitimación del sistema económico actual. De paso, se barrieron algunos gobiernos neoliberales, sustituyéndolos con gobiernos progresistas, y se ha producido un desgaste de la hegemonía de Washington -hasta hace poco incuestionada- lo que ha permitido iniciar la transición hacia un mundo crecientemente multipolar o pluralista. Nuestra América es el ejemplo más elocuente de este cambio.
Queda aún pendiente, sin embargo, el reto de definir el sentido que tomará la construcción de ese sistema alternativo al capitalista que las circunstancias piden a gritos. Se trata de la edificación de una sociedad alternativa, desde las bases mismas de la sociedad actual pero cuyos efectos trasciendan lo meramente local y parcial.
Dice al respecto Zibechi: “Las transiciones han sido siempre procesos muchos más largos y con resultados imposibles de prever a priori. Pretender que ya sabemos cuál es el lugar exacto de llegada de la transición al poscapitalismo, sería una soberbia imperdonable para quienes debemos aprender a movernos en situaciones de gran incertidumbre. Por supuesto que es posible, y necesario, influir en el curso de los acontecimientos para que el resultado sea mejor que el punto de partida”.
Precisamente, en el seminario “10 años después”, uno de los tantos eventos celebrados en Porto Alegre, varias figuras influyentes abordaron este deseo por responder más concreta y eficientemente a los retos del momento. En particular, se quiso abordar específicamente la cuestión de las relaciones entre los movimientos y los gobiernos progresistas, es decir, la cuestión de la construcción del contrapoder hegemónico, la constitución material del Estado alternativo. Desde una perspectiva estratégica, la producción y organización de espacios comunes de decisión desde los cuales se amarren las múltiples resistencias y propuestas de cambio, se torna cada vez más imperativo para instituir en los hechos “ese otro mundo posible” que ya anida en el actual.
Por ejemplo, según el sociólogo y jurista portugués Boaventura de Sousa Santos, el FSM anticipa la creciente militarización de los conflictos sociales durante la próxima década ante la crisis actual del capitalismo. Ello redundará en una criminalización creciente de las acciones de los movimientos sociales; también abonará a un continuo crecimiento de las desigualdades sociales. Ello es el resultado de lo insostenible que resulta ya el modelo económico dominante: el capitalista. Frente a ello, el FSM debe reflexionar en torno a su futuro y evitar desperdiciar “las energías transformativas que ha generado”.
De Sousa Santos cree que ya es hora de que el FSM asuma un rol más activo como coordinador de acciones colectivas que representen “una nueva articulación entre partidos y movimientos” desde agendas realistas y transformadoras que permitan la constitución de una nueva hegemonía. Para éste, existen condiciones para reconceptualizar al Estado como “novísimo movimiento social”. Los movimientos sociales, insiste, no pueden seguir sin abordar la cuestión del Estado, como instrumento, ya que éste “puede ser apropiado por las clases populares como está ocurriendo en el continente latinoamericano”. Sólo así podrá el FSM conquistar “las imaginación de los movimientos sociales y los líderes políticos”.
Otra influyente voz altermundista, el politólogo belga Eric Toussaint, le propuso a los movimientos sociales acoger la iniciativa del presidente venezolano Hugo Chávez para crear una “Quinta Internacional”, una especie de “frente permanente de partidos, movimientos sociales y redes internacionales” que sirva como “instrumento de convergencia para la acción y para la elaboración de un modelo alternativo”.
En una comunicación enviada al seminario “10 años después”, el reconocido científico social estadounidense Immanuel Wallerstein sostuvo que en los próximos 15 a 25 años las fuerzas de izquierda tendrán que reconocer que “la cuestión central no es poner fin al capitalismo, sino organizar un sistema sucesor que estará en proceso de construcción”. Si bien las manifestaciones de la crisis del capitalismo se habrán de multiplicar, si no vienen acompañadas de una potenciación de la capacidad de los movimientos antisistémicos para crear algo nuevo, “la natural inercia llevará a la reproducción del sistema actual, probablemente empeorado”, puntualizó.
En ese sentido, Wallerstein invitó a la izquierda a desarrollar “una visión estratégica” a medio plazo, lo que a su entender le falta, para estar a la altura del reto histórico que se avecina. No basta con rebelarse y negar lo existente, parece decirnos con su acostumbrada enjundia: De lo que se trata es de fundar, en la práctica, otro modo de vida que lo supere.
De la contradicción hay que pasar con apremio a la construcción. Lo demás es seguir aleteando en el vacío.
Carlos Rivera Lugo es Catedrático de Filosofía y Teoría del Derecho y del Estado en la Facultad de Derecho Eugenio María de Hostos, en Mayagüez, Puerto Rico. Es, además, miembro de la Junta de Directores y colaborador permanente del semanario puertorriqueño “Claridad”.