Saberes para el desarrollo

Debe haber pocos temas en esta décima edición del Foro Social Mundial
que susciten tanta incertidumbre y posiciones encontradas como el de la
cultura, y los primeros dos días dejaron la certeza de que la polémica
atraviesa a toda la región. El Parque Eduardo Gomes, en la localidad de
Canoas –a pocos kilómetros de Porto Alegre–, reúne colectivos de
Brasil, la Argentina, Uruguay y otros países del continente en un
maratón de conversaciones donde se intercambian pareceres vinculados con
la música, el cine y los libros, pero también con los saberes
tradicionales, la agricultura sustentable y las identidades de las
minorías. Hay, desde luego, apreciaciones que se comparten. Acaso la
principal sea que no habrá distribución de riquezas sin distribución de
los conocimientos, lo que transforma la discusión en una instancia
estratégica a la hora de pensar en una sociedad más justa.

Metáfora del futuro

“Así como a lo largo del siglo XIX se pensó que el socialismo consistía
en gestionar la sociedad como si fuera un servicio de ferrocarriles, hoy
la metáfora que se utiliza es la de la cultura libre, con el software
como referencia más clara. Hay que ver hasta dónde se puede usar esa
analogía”, sostuvo al inicio el investigador francés Christophe Aguiton,
miembro de Attac (siglas correspondientes a lo que podría traducirse
como “Asociación por el impuesto a las transacciones económicas y la
ayuda de los ciudadanos”). El diagnóstico de partida era bien conocido:
en una etapa del capitalismo en que el manejo de datos se ha convertido
en eje de desarrollo, los cercos legales que el gran capital pretende
imponer sobre la circulación de saberes representa una avanzada sobre el
pueblo. “En este contexto –resaltó Aguiton– se pueden y deben abrir
nuevos espacios de lucha contra el sistema.” Para el especialista, el
campo de batalla está definido por varios ejes. Existen, entre otros
fenómenos, nuevas formas de innovación colectiva –el mash up y el remix
se han posicionado como formas de creación dominantes–, más un nuevo
individualismo que no se contrapone con la colaboración, y una cultura
política emergente que prefiere las redes antes que los partidos
tradicionales. “Antes, lo importante era pertenecer a un grupo. En
colectividades pequeñas, no se podía elegir porque apartarse significaba
morir. Hoy estamos en una sociedad más fluida, en la que nuestras
interrelaciones se establecen por otros motivos. Paralelamente, el
aislamiento ha traído nostalgia de las viejas maneras de interactuar. Y
la tecnología puede ayudar en eso –vía redes sociales y similares–,
aunque conlleva varios peligros, porque puede otorgar a firmas muy
poderosas detalles minuciosos acerca de nuestra existencia.”

A la hora de compartir lo vivido en 2009, la delegación argentina
festejó la confluencia de luchas que otrora se consideraban
incompatibles. Grupos relacionados con la agricultura, el copyleft y la
edición independiente –por citar tres rubros al azar– están aunando
esfuerzos en la búsqueda de un frente común. “Este entendimiento se ha
visto favorecido por sucesos como el reciente juicio al profesor Horacio
Potel (perseguido por subir a la web textos de filosofía que no se
consiguen en castellano); y por el avance de las semillas patentadas y
sus consecuencias”, resaltó Beatriz Busaniche, de Vía Libre Argentina.
Desde Buenos Aires Libre, una red de vecinos conectados a través de un
sistema inalámbrico que no depende de ningún proveedor privado, Nicolás
Echaniz convocó a seguir profundizando las coincidencias. “Si vamos a
formar parte de un movimiento de cambio, necesitamos tender lazos para
lograr un relato completo de lo que somos y lo que buscamos, porque los
que tenemos enfrente sí tienen un relato completo”, exhortó. La
socióloga Marilina Winik y varios integrantes de FM La Tribu escuchaban
con atención, listos para continuar el cronograma con sus propias
conferencias. Pero al caer el sol, la conceptualización sesuda dejó paso
al samba.

Por la unidad

“Voy a hablar en portuñol por la unidad.” No es raro que empiecen así
las intervenciones en las cabañitas que se reparten entre los árboles de
Canoas. Es que a pesar de que pasó ya una década desde aquel primer
foro, la certeza de estar comprendiéndose en la diferencia no deja de
causar satisfacción. En ese sentido, Pablo Ortellado, de la organización
paulista Epidemia (www.aepidemia.org ),
reconoció que una perspectiva latinoamericana sobre el concepto de
cultura libre requería “ir más allá de la cuestión de las licencias”.
Discutía así con toda una corriente de activismo que se centra en los
asuntos legales. “Definir según esos parámetros no basta. Las
megaempresas ya están creando productos culturales con licencias
‘liberadas’ que se pueden alterar y copiar, por ejemplo. Sin embargo,
eso no significa que estén en contra de la mercantilización de la
cultura. Y sabemos que la mercantilización congela a la cultura, ya que
desde un punto de vista capitalista la innovación es considerada
primordialmente un riesgo.”

Las posturas del gobierno de Lula alrededor de esos debates suscitan
cantidades equivalentes de apoyos y suspicacias. De cualquier modo –y a
pesar de que el discurso que el presidente brasileño dio el martes tuvo
mucho de puesta en escena–, el paso del ministro interino de Cultura
Alfredo Manevy por los galpones donde se llevan a cabo las
conversaciones dejó en claro que la posición del PT en lo que respecta a
software libre y propiedad intelectual es muchísimo más moderna que la
que defiende el oficialismo en Argentina. “Es hora de que estos asuntos
sean llevados a una discusión pública. Hay que consultar a los artistas
populares sin dejar de lado a los usuarios comunes, que tienen todo el
derecho a defender su acceso a las canciones, las películas y los
saberes. Desde el gobierno sabemos perfectamente que la forma en que se
resuelvan estas tensiones será determinante sobre la economía del siglo
XXI. Aparte, no puede ser que la música de aquí sea conocida en todo el
planeta y el pueblo no consiga gozar de la riqueza que él mismo
produce”, planteó Manevy. El funcionario había aparecido de golpe con su
barba, su pelo largo y un traje que provocaba piedad en los que habían
optado por pasar la calurosísima tarde en bermudas y chancletas. Se
retiró poco después, para que el ida y vuelta continuara en un marco de
comidas típicas, sonido de tambores y jugos de fruta. “La cultura libre
se vive en el cuerpo”, lanzó alguien en mitad de la tertulia. En eso,
Brasil colabora bastante.