Foto: Henrique Parra
Oaxaca conectada – No están solos, no están solas”. La frase corre de boca en boca y toma cuerpo en cortes de carreteras, plantones, blogs de Internet, acciones directas, comunicados, manifestaciones. De nuevo el impacto de un movimiento se desterritorializa y, como el viento, desborda fronteras y cruza océanos. El ciclo global de luchas que hizo emerger el pueblo de Seattle se clausuró con la irrupción violenta del actual régimen de guerra, pero no fue derrotado. Esa es una diferencia fundamental con otros ciclos y otros movimientos anteriores. Pese a que los poderosos tratan histéricamente de imponer su simplificación geométrica de la globalización, la realidad por abajo les responde con fisuras, turbulencias e irregularidades que les exceden por completo y les resultan ingobernables, cada vez más.
El movimiento global no sólo constituyó el acontecimiento que nos puso sobre la pista de un nuevo antagonismo social generalizado, sino que abrió la puerta a una nueva realidad para los conflictos y las resistencias: por muy concretas que éstas sean, por muy localizadas que estén, su sentido y significado posee un carácter trasnacional.
La batalla de Oaxaca está conectada. La respuesta inmediata de movimientos y ciudadanos al ataque a la APPO y al pueblo de Oaxaca no representa solamente un grito de solidaridad, sino la constatación material de que el contenido y la forma de la revuelta social en Oaxaca se conectan directamente con otras resistencias en otros lugares de México y del planeta. “No están solos, no están solas”, no es solamente una frase: constituye la manera colectiva de nombrar un agenciamiento, un hilo conductor.
2. La figura del nuevo antagonismo es la del exceso. “Hay dos cosas que el poder quiere de nosotros, una es que tomemos la vía de las armas, la otra es que tomemos la vía de la lucha por el poder y sus espacios de representación. Cualquiera de esos dos caminos es una trampa a la que el movimiento no va a someterse”. Hace unos días escuchábamos estas palabras en boca de un miembro de la APPO. Son la señal de un proceso colectivo de decodificación y fuga. La batalla de Oaxaca se sitúa en un desplazamiento por abajo del eje geométrico del conflicto: ya no se trata de desafiar la fuerza del enemigo, sino de hacerla vana, de volverla inútil. Ni mil asaltos de la PFP ni más asesinatos, devastaciones, detenciones y torturas pueden borrar el cortocircuito sistémico que abre el movimiento. Su carácter constituyente ha inaugurado otros tiempos y otros espacios que ya no son los del poder: la soberanía no tiene ya unidad, no remite a un poder unitario, sino que es reconducida por abajo a una relación entre fuerzas antagónicas. En este contexto, la propia relación entre dominadores y dominados no puede resolverse ni clausurarse de manera convencional. Los poderosos están en fuera de juego, por eso recurren a la guerra: no saben cómo enfrentar una resistencia que excede la lógica reactiva y reconducir el campo de batalla hacia sus parámetros tradicionales de encarar el conflicto. La guerra representa el síntoma más doloroso y descarnado de la histeria de los de arriba.
3. Oaxaca es el jaque mate definitivo a la filosofía hegeliana de la historia y al etnocentrismo: el movimiento se ha salido del mapa y le ha dado la vuelta a un tiempo que supuestamente emanaba del centro a la periferia. Esa misma distinción balbucea y salta ya para siempre por los aires. El centro está en la periferia y viceversa. Desde uno de los escenarios más deprimidos y olvidados del mundo, la batalla de Oaxaca enseña a los movimientos metropolitanos del norte del planeta las cualidades y dimensiones de la acción política contemporánea. La importancia que la APPO ha dado a la articulación y defensa de emisoras de radio y televisión apunta a la centralidad de una producción de comunicación y sentido de carácter autónomo, capaz de establecer un campo magnético por abajo que irradie empatía y alimente la legitimidad social del movimiento, protegiéndola de los ataques mediáticos por arriba. Las barricadas y bloqueos de calles y carreteras han dado materialidad a la exploración de nuevas formas de huelga, asimilando de manera decidida que los tiempos y territorios de la producción y la circulación de mercancías se han dislocado y confundido, empapando el espacio de la ciudad en su conjunto. La determinación colectiva expresada en las calles de Oaxaca nos habla del derecho de resistencia como paradigma y coordenada con la cual orientar hoy el conflicto social. Un paradigma que no es expresión de un modelo sedentario de resistencia, que no tiene que ver con las convenciones formales, ni mucho menos es fruto de una síntesis político-organizativa, sino que representa algo nuevo y universal que emana de situaciones como la de Oaxaca y la hermana a otras como la de Irak o los barrios jodidos de París. Una variable que interviene desde abajo y que representa a una humanidad que no acepta ser colonizada en la imposición de la guerra como forma de sociabilidad y de gobierno. Una potencia que, como la rabia, no se inspira tanto en la cólera como en un feroz sentido del aguante.
4. La voz de Pier Paolo Pasolini viaja en el tiempo y se detiene sobre las imágenes de la batalla de Oaxaca y el aire que se respira en el México de hoy. Cuenta John Berger que en 1962 la televisión pública italiana (RAI) invitó al cineasta a contestar a una pregunta a través de una película: “¿por qué en todo el mundo se teme a la guerra?”. La película se llamó La rabbia y jamás fue emitida por la RAI. La razón de su condena televisiva al olvido está en la respuesta que dio Pasolini a la pregunta que le habían formulado: “la lucha de clases explica la guerra”.
5. “Y, como si tal, la mano señala un mapa de la República Mexicana. La mirada sigue el camino de la mano y la mano reposa ya sobre una palabra: OAXACA (…) Es enero, mes que convoca pasado, presente y futuro. Es Oaxaca, tierra donde el ayer y el hoy son raíz del mañana.” En el primer mes del año 2003 el subcomandante Marcos comenzó a hacer públicas las estelas que componían el calendario con el que los zapatistas se estaban dibujando el tiempo por abajo y componiendo sus próximos pasos. La primera de las 13 estelas que dan cuerpo a ese otro calendario, el de las resistencias, es Oaxaca. Por ahí comienzan los zapatistas a pintar el mapa del antagonismo social en México que está en la base de su Sexta Declaración de la Selva Lacandona y de su propuesta organizativa a través de la otra campaña. Un calendario irrenunciable a la hora de sincronizar relojes, conectarse por abajo y transformar la inconformidad en rebeldía.