Oaxaca, Oax., 30 de octubre. Vencer el miedo, reagruparse, salir a la calle y desafiar a las fuerzas de ocupación devolvió el alma al cuerpo al movimiento popular, pese al duelo por sus tres muertos de la jornada dominical. Por las avenidas de acceso a la ciudad humeante, cruzada de barricadas con los esqueletos carbonizados de decenas de vehículos, empezaron a bajar este mediodía tres columnas humanas que poco a poco fueron engrosando hasta sumar decenas de miles en el casco histórico de la verde Antequera.
La movilización, que arrancó bajo pronóstico reservado, culminó en la explanada de Santo Domingo en respuesta masiva a la medida de fuerza con la que el gobierno federal pretendió “el rescate de Oaxaca”. El clamor que durante cinco meses se hizo escuchar desde las barricadas no fue acallado. La pegajosa consigna “Ya cayó, ya cayó, Ulises ya cayó” se sigue gritando todavía en todas las esquinas, en la cara de los policías de la Federal Preventiva -que cerraron el paso al zócalo-, en las bocacalles de las avenidas bloqueadas, en el atrio de Santo Domingo.
Para vencer el miedo primero hay que sentirlo. Y en la retaguardia de la columna que entró al centro, desde la salida a Zaachila hasta las cercanías de la plaza mayor, marcha muy juntito un grupo de maestras. Se van recomendando: “esconde tu credencial; ya ves, si te la encuentran es peligroso”.
Por la mañana se conoció la versión de que una maestra fue encontrada muerta por la zona de Ixtlahuaca. ¿Rumor o mentira? A lo largo del día no se había constatado esta información, pero la noticia alimentaba el terror. Y a pesar de todo, en lugar de regresar a clases, el grupito de maestras buscó el modo de viajar desde sus pueblos hacia la capital, en un día sin transporte público, de puro aventón y sin comer, porque hasta sus monederos están vacíos. Carmen, la más chaparrita, de plano marcha y llora de miedo. “Es que ellos tienen todo para golpearnos y humillarnos y nosotros nada para defendernos; ellos siempre nos han matado.”
Falta, entre muchas cosas, que las autoridades se comprometan a ofrecer garantías de seguridad para los maestros de la sección 22. Los integrantes de la Iniciativa Civil de Diálogo que participan en la mesa de educación trabajan, precisamente, para conformar una comisión de monitoreo ciudadano, estatal y local, para denunciar cualquier agresión a los docentes, que en varias zonas han sido amenazados por los caciques bajo la acusación de que son “guerrilleros”.
De pronto la marcha se detiene. De la vanguardia a la retaguardia corre un rumor: que Ulises ya renunció. Estalla un júbilo dudoso, se ondean las banderas mexicanas. Hasta que se aclara la noticia de último momento: que son los diputados y senadores, incluidos los del PRI, el partido del gobernante repudiado, los que han hecho un “exhorto” para que Ruiz Ortiz se marche. Y entonces se reanuda el camino a paso lento, entonando el Himno Nacional con gran sentimiento.
Un hombre mayor comenta: “Menos mal. Esta noticia es como una gota de agua para mi corazón desierto”.
Otra que dejó sus quehaceres es Laurentina, que tenía que hacer hoy el pan de yema para su altar de Todos Santos. En lugar de eso se salió a la marcha. “Pero es que yo necesito estar aquí, tengo demasiado coraje para quedarme en mi casa.”
Unos marchan venciendo el miedo. Otros desafían la imposición de botas y toletes. El líder mixe Adelfo Regino es uno de ellos. Se acerca a la hilera de policías federales que detrás de sus escudos miran torvos a los miles que los repudian y arengan: “Díganle a sus jefes, Eduardo Medina Mora, a Abascal, a Fox, a Calderón, que ayer no hubo saldo blanco, que tres muertos no son un saldo blanco. Ustedes lo están viendo: los oaxaqueños hemos demostrado que no queremos la confrontación. Y ustedes pónganse a pensar: ¿por qué acatan la orden de venir a reprimir a sus hermanos indígenas?”
Para que no los miren a los ojos, los federales bajan la mirilla de sus cascos. Saben que están rodeados de gente que los rechaza. Porque, además de golpear, han ofendido.
Hoy en la mañana los reporteros madrugadores lo constataron: la policía federal que ocupó anoche el zócalo oaxaqueño literalmente se cagó en la plaza. Cagadas en las calles aledañas, cagadas repugnantes en torno al quiosco. Cagadas de policías. Y saqueo: una bici, una joyería, los refrescos de un refrigerador, las revistas del puesto de periódicos y hasta el cajón de un bolerito. Esa fue su huella.
Esta caravana hace un zigzag extraño. Entra por la calle Bustamante -a cuatro cuadras ya se miran los laureles del zócalo-, pero se desvía por Arteaga para no topar con un bloqueo de la Federal Preventiva. Sigue por Fiallo, pero nuevamente es obligada a desviarse. Finalmente sube hacia Santo Domingo. Se impone la prudencia y la disciplina: resistir sin confrontar.
A las tres de la tarde concluye la primera manifestación posterior a la ocupación policiaca. Se ha resuelto instalar el plantón en la explanada de los dominicos. Pero por la noche hay contraorden: en los próximos días se adoptará la modalidad del “plantón móvil”. Hay temor de que las autoridades envíen golpeadores.
También hay sonrisas: además de poder compartir la amargura con muchos semejantes, se informa que pronto saldrán de la cárcel los primeros “presos políticos” del movimiento: Erangelio Mendoza, Ramiro Aragón, Germán Mendoza Nube y Catarino Torres.
Hay tareas pendientes. Entre otras, otros tres funerales que hay que acompañar. Entre las noticias que llegan a la explanada de Santo Domingo está el resultado de la necropsia del enfermero Jorge Alberto Beltrán, que ayer cayó en la barricada de Símbolos Patrios: “muerte por traumatismo con fractura de arcos costales y lesión traumática de corazón y pulmones”, el efecto de un cartucho de gas lacrimógeno.
“¿Es ese el saldo blanco del que hoy hablaron Fox y Abascal?”, se preguntan, minutos más tarde en conferencia de prensa, los integrantes de las organizaciones de derechos humanos que exhibieron videos con registros de todos los sucesos violentos de ayer.
De todo esto sigue informando, un día más, Radio Universidad. Afuera del edificio, las trincheras, los jóvenes apertrechados con su “arsenal” de juguete, sus pasamontañas. Adentro, en la cabina, sigue la labor informativa. Voces ya casi profesionales de Bellanira, Alejandra, Felipe. Su día transcurre entre rumores que los sobresaltan: que ya vienen, que ya salieron para acá. Al final, no pasa nada pero ninguna señal indica que la amenaza esté conjurada. Un locutor elogia la actitud del rector Felipe Martínez Neri, quien ayer se pronunció en contra de un eventual ataque a la autonomía universitaria. “Muy respetuosamente, señor rector, le sugerimos que contacte a Abascal y a Medina Mora, para persuadirlos de que no ataquen. Sume su nombre a los nombres de los grandes rectores que han tenido nuestras universidades, como el de Pablo González Casanova o Javier Barros Sierra”, dice la voz radial.
De lo que a nadie le cabe duda es que Oaxaca está muy lejos de la normalidad. Bueno, hay quienes aparentan creer en ella. Como Carmelina Fuertes, la jefa de relaciones públicas de la Casa de Gobierno. Como Ruiz Ortiz anunció que ya estaba despachando en su oficina, a lo largo del día cayeron por su casa, adosada al cuartel de la policía estatal al borde de la carretera en Santa María Coyotepec, varios periodistas buscando una entrevista. “Aquí estaba, pero acaba de salir”, afirma la amable mujer que remata, como publirrelacionista que es: “Júralo que aquí va a seguir trabajando hasta el último día de su mandato”.
Ese es el hipotético escenario de la normalidad. Pero de regreso a Oaxaca, hacia el centro, se pueden contar más de veinte esqueletos calcinados de lo que fueron autobuses.