Otro censo sería averiguar y saber y conocer:
Cuántos ancianos sobreviven con una pensión miserable, a punta de té y marraqueta, cambiando forzosamente sus recetas médicas por paracetamol en las farmacias de barrio, como lo hiciera, durante sus diez últimos años de vida, ese incansable luchador sindical que fue Clotario Blest, inmune a las ofertas tentadoras de los patrones que ponían a su disposición casa nueva, morada playera o automóvil a la puerta, siempre y cuando renunciara a sus ideales y a su praxis de cristiano rebelde;
Cuántas mujeres dejan los riñones y extinguen la vida criando a su prole, al tiempo que trabajan en labores de siervas por una soldada miserable, yendo y viniendo, durante horas, a las casas de patronas explotadoras e inmisericordes que las llaman “nanas” y les calzan uniforme discriminatorio, prohibiéndoles cualquier chapuzón en la piscina;
Cuántos jubilados deben buscar ocupaciones indignas por cien o ciento cincuenta mil pesos mensuales, para incrementar el saldo de lo que les resta, después de haber sido esquilmados por las AFP durante treinta y cinco o cuarenta años de inclinar la cerviz ante esos mandantes cuyos pingües beneficios enriquecen, de paso, a financistas y especuladores desalmados que depositan sus haberes en paraísos fiscales;
Cuántos cesantes disfrazan su estado crítico vendiendo sánguches o fruta picada para el desayuno apresurado de miles y miles de proletarios (los dueños de la prole, según don Miguel de Unamuno), o aros y anillos de acero quirúrgico y cientos de otras innecesarias bagatelas, para quedar fuera de los guarismos de la cesantía “oficial”;
Cuántos inmigrantes se hacinan en conventillos de mala muerte, a la espera de obtener un trabajo “legal” o mejor remunerado, mientras sus propios explotadores hablan de la inconveniencia de abrir tantos cupos para estos potenciales “delincuentes” que vienen a crearnos nuevos problemas sociales, como si no los tuviésemos ya en abundancia con tanto impuesto y exigencias laborales a quienes “dan trabajo”;
Cuántos son los poetas que acumulan sus cuadernos y hojas volanderas, aguardando por una imposible publicación, o los novelistas y narradores que aguardan los resultados de alguna postulación a concursos provinciales;
Cuántos políticos han incrementado su patrimonio en las últimas tres décadas; cuántas leyes de beneficio público implementaron durante los períodos que sirvieron a la res pública;
Cuántos pobladores habitan los eufemísticos “campamentos” en los suburbios de nuestras grandes ciudades; cuántos de ellos poseen televisores de anchas pantallas para disfrutar la UEFA Champion League;
Cuántos son los borrachos asiduos a bares y tabernas; cuántos de ellos son alcohólicos perdidos y qué porcentaje de los mismos alcanzó con su beber compulsivo la ruina de sus familias;
Cuántos drogadictos y alcohólicos han podido acceder, como autores, a la gran poesía;
Cuántos mapuches han sido privados de sus tierras en los últimos cincuenta años; cuántos de ellos extraviaron su lengua primigenia bajo los troncos de las araucarias derribadas por las empresas forestales;
Cuántos concursos de Poesía, Ensayo, Narrativa, Testimonio y Dramaturgia se ofrecen hoy a lo largo y ancho de Chile; cuántos son sus postulantes habituales; cuántos se van con la sonrisa en los labios y cuántos muerden el polvo de la derrota;
Cuántos sufren en silencio de angustia existencial, de hambre crónica, de inapetencia, de olvidos esporádicos o permanentes;
Cuántos padecen del desamor, sentados en los parques mientras echan migas de panes ajenos a las palomas citadinas;
Cuántos jugadores participan semana a semana en el azar de la hípica, en los lances de lotería y en tugurios clandestinos; cuántos de ellos entregan al albur los restos de una esperanza arrebatada por el sistema inicuo que los constriñe y avasalla;
Cuántos amantes se quedaron en el andén, esperando a la amada o al amado que jamás regresaría…
¿Cuántos son todos ellos, dime, anótalos, anda… para que los comparemos con los resultados del próximo Censo?