Rosa Luxemburgo y la deuda como instrumento del imperialismo

[Hace 103 años, Rosa Luxemburg fue asesinada a tiros y su cuerpo arrojado al canal Landwehr de Berlín. Sin embargo, no pudo ser borrada de la historia, ya que su vida y su obra son extremadamente relevantes en nuestra búsqueda de un mundo mejor. Reproducimos este artículo para rendir homenaje a su legado, que sigue inspirando a millones de personas aún hoy – CADTM]

En su libro La acumulación del capital [1], publicado en 1913, Rosa Luxemburgo [2] dedicó un capítulo entero a la cuestión de los préstamos internacionales [3] para mostrar cómo las grandes potencias capitalistas de la época usaban los créditos otorgados por sus banqueros a los países de la periferia para ejercer una dominación económica, militar y política. Prestó una especial atención al análisis del endeudamiento de los nuevos Estados independientes de América Latina tras las guerras de independencia en la década de 1820, así como al endeudamiento de Egipto y Turquía durante el siglo XIX sin olvidar el China.

Escribió su trabajo en un período de expansión internacional del sistema capitalista, tanto en términos de crecimiento económico como de expansión geográfica. En ese momento, en la socialdemocracia de la que formaba parte (Partido socialdemócrata alemán y Partido socialdemócrata de Polonia y Lituania – territorios compartidos entre el Imperio alemán y el Imperio ruso), un número significativo de líderes y teóricos socialistas apoyaban la expansión colonial. Este fue el caso en particular en Alemania, Francia, Gran Bretaña y Bélgica. Todas estas potencias habían desarrollado sus imperios coloniales en África principalmente a fines del siglo XIX y principios del XX. Rosa Luxemburgo se oponía totalmente a esta orientación y denunciaba el saqueo colonial y la destrucción de las estructuras tradicionales (a menudo comunitarias) de las sociedades precapitalistas por el capitalismo en expansión.

Rosa Luxemburgo expresaba su oposición a estos mismos líderes socialistas cuando afirmaban que esta fase expansionista de fuerte crecimiento del capitalismo demostraba que éste había superado las crisis periódicas, la última de las cuales se remontaba a principios de la década de 1890. Rosa Luxemburgo denunciaba esta visión que daba una falsa interpretación del funcionamiento del sistema capitalista. Rosa se opuso aún más ferozmente dado que esta visión de una parte influyente de los líderes socialdemócratas sirvió de base y justificación para una actitud cada vez más colaborativa con los gobiernos capitalistas de la época [4].

Al escribir La acumulación del capital, Rosa Luxemburgo tenía como objetivo construir una argumentación de fondo para contrarrestar las orientaciones pro-colonialistas y de colaboración de clases dentro de la socialdemocracia contra las que había estado luchando desde finales de la década de 1890. Perseguía igualmente otro objetivo, cuyos orígenes se remontan a 1906-1907, cuando dio un curso de economía marxista en la escuela de cuadros del SPD, el Partido Socialdemócrata alemán en Berlín. En efecto, en esta ocasión, para preparar sus lecciones, se sumergió nuevamente en la lectura de El Capital y dedujo de ella que había un error en la demostración de Karl Marx con respecto al esquema de reproducción ampliada de capital [5]. Fue en particular para encontrar la solución a este problema por lo que hizo un enorme esfuerzo para analizar la evolución del capitalismo durante el siglo XIX. Cabe señalar que Marx, en El Capital, desarrolla su demostración teórica haciendo como si la sociedad capitalista hubiera alcanzado una etapa en la que solo existieran relaciones capitalistas en la sociedad. Analiza el capitalismo en su estado puro.

Rosa Luxemburg parte de la constatación, hecha incluso por Marx en una serie de escritos como los Grundrisse [6] (que no había tenido la oportunidad de leer porque esta parte de la obra de Marx aún no había sido publicada) o el Capítulo XXIV del Libro 1 de El Capital «La llamada acumulación originaria» [7], según el cual el capitalismo, en su expansión, destruye las estructuras tradicionales de las sociedades no capitalistas que son conquistadas durante la fase colonial

Con respecto al papel del saqueo colonial, vale la pena citar al Marx de El Capital: «El descubrimiento de las regiones auríferas y argentíferas de América, la reducción de los nativos a la esclavitud, su entierro en las minas o su exterminio, el comienzo de conquista y saqueo en las Indias Orientales, la transformación de África en una especie de muelle comercial para la caza de pieles negras, estos son los procesos idílicos de acumulación primitiva que señalan la era capitalista en sus albores.»

También es en este capítulo en el que Karl Marx coloca una fórmula que indica el vínculo dialéctico entre los oprimidos de las metrópolis y los de las colonias: «En general, la esclavitud encubierta de los obreros asalariados en Europa exigía, como pedestal, la esclavitud sans phrase (sin reservas) en el Nuevo Mundo». Termina este capítulo afirmando que «el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies a la cabeza».

Marx describe la destrucción de las fábricas textiles tradicionales en la India durante la expansión colonial británica. También analiza la destrucción de las relaciones no capitalistas que existían en Europa antes de la extensión masiva de las relaciones capitalistas. Pero cuando trata de poner en evidencia las leyes de funcionamiento del sistema capitalista, plantea como hipótesis que el capitalismo domina totalmente el conjunto de las relaciones de producción y por tanto ya ha destruido o/y absorbido por entero a los sectores precapitalistas [8]

Lo que es muy enriquecedor en el enfoque de Rosa Luxemburgo es su enorme capacidad para el pensamiento crítico y su disposición a confrontar la teoría con la práctica. Ella se inspira en Karl Marx expresando un acuerdo fundamental con él, pero eso no le impide cuestionar correcta o equivocadamente ciertas conclusiones de éste.

Un punto en el que Rosa Luxemburgo está totalmente de acuerdo con Karl Marx es la cuestión de las relaciones desiguales entre las potencias capitalistas y los países donde las relaciones de producción precapitalistas todavía están en gran parte presentes. Estos países están sujetos a los primeros que los explotan para continuar su expansión. Rosa Luxemburgo, como Marx, muestra en particular que las potencias capitalistas encuentran una salida para sus productos manufacturados al imponerlos en sociedades precapitalistas, en particular mediante la firma de tratados de libre comercio.

Los países de América Latina que conquistaron su independencia en la década de 1820
Si tomamos el ejemplo de los países latinoamericanos que conquistaron su independencia en la década de 1820, observamos que importaron masivamente productos manufacturados, principalmente de Gran Bretaña, potencia con la cual habían contratado préstamos internacionales para hacer estas compras. Los gobiernos de los países latinoamericanos que tomaron prestado de los banqueros de Londres gastaron la mayor parte de las sumas prestadas en el mercado británico comprando en él todo tipo de bienes (equipos militares que iban desde armas hasta uniformes, bienes de equipo para industrias extractivas o para la agricultura, materias primas). Luego, para pagar sus préstamos internacionales, los estados endeudados recurrieron a nuevos préstamos que se utilizaron tanto para pagar préstamos anteriores como para importar aún más productos manufacturados de Gran Bretaña u otras potencias acreedoras (ver https://www.cadtm.org/America-latina-Deuda-y-libre ) [9].

Rosa Luxemburgo afirma en su libro de 1913 que los préstamos «constituyen la forma más segura para que los viejos países capitalistas mantengan el control de los países jóvenes, controlen sus finanzas y ejerzan presión sobre su política exterior, aduanera y comercial» [10].

Como ilustración de la penetración de productos manufacturados de los antiguos países capitalistas europeos como Gran Bretaña en los nuevos países independientes de América Latina, podemos citar a George Canning, uno de los principales políticos británicos de la década de 1820 [11]. Escribió en 1824: «La cosa está hecha; el clavo está puesto, Hispanoamérica es libre; y si nosotros no desgobernamos tristemente nuestros asuntos, es inglesa» ”. Trece años después, el cónsul inglés en La Plata, Argentina, Woodbine Parish, podía escribir, hablando de un gaucho (pastor) de la pampa argentina:»Tómense todas las piezas de su ropa, examínese todo lo que lo rodea y exceptuando lo que sea de cuero, ¿qué cosa habrá que no sea inglesa? Si su mujer tiene una pollera, hay diez posibilidades contra una que sea manufactura de Manchester. La caldera u olla en que cocina, la taza de loza ordinaria en la que come, su cuchillo, sus espuelas, el freno, el poncho que lo cubre, todos son efectos llevados de Inglaterra”. [12]

Para lograr este resultado, Gran Bretaña no necesitó recurrir a la conquista militar (aunque, cuando lo consideraba necesario, no dudaba en usar la fuerza como en India, Egipto o China). Usó dos armas económicas muy efectivas: el crédito internacional y la imposición del abandono del proteccionismo.

Rosa Luxemburgo insiste en el papel de los préstamos internacionales a los países coloniales o a los Estados «independientes» (como las jóvenes repúblicas de América Latina o Egipto y China) para financiar grandes obras de infraestructura (construcción de ferrocarriles, construcción del Canal de Suez, etc.) o compras de costoso equipo militar en interés de las grandes potencias imperialistas. Así, escribe: «El endeudamiento internacional vinculado a la construcción de ferrocarriles y el aumento de armamentos acompaña a todas las fases de la acumulación capitalista».

También afirma que «Las contradicciones de la fase imperialista se manifiestan muy claramente en las contradicciones del sistema de préstamos internacionales.»

Rosa Luxemburgo, como había hecho Marx unas décadas antes, insiste en el papel de la financiación de los ferrocarriles en todo el planeta y especialmente en los países periféricos sujetos al dominio económico de las potencias imperialistas. Habla del frenesí de los préstamos utilizados para la construcción de ferrocarriles: «A pesar de todas las crisis periódicas, el capital europeo se benefició tanto de esta locura que, alrededor de 1875, la Bolsa de Londres se vio afectada por una fiebre de préstamos en el extranjero. Entre 1870 y 1875 se contrataron préstamos en Londres por 260 millones de libras esterlinas, lo que inmediatamente condujo a un rápido crecimiento en las exportaciones de mercancías inglesas a países de ultramar.»

A finales del siglo XIX, después de los banqueros de Londres, llegaron los de Alemania, Francia y Bélgica.
Siguiendo la estela de Gran Bretaña aparecen los imperialismos alemán, francés y belga que comienzan a prestar masivamente a los países de la periferia.

Rosa Luxemburgo describe esta evolución: “Desde hace veinte años se ha producido solo un nuevo fenómeno: los capitales alemán, francés y belga han participado junto con el capital inglés en inversiones en el extranjero, y en particular en préstamos. Entre los años 1850 y finales de los 1880, la construcción del ferrocarril en Asia Menor fue financiada por el capital inglés. Luego, el capital alemán invadió Asia Menor y emprendió la ejecución del enorme proyecto de construcción del ferrocarril de Anatolia y Bagdad. Las inversiones de capital alemán en Turquía conducen a un aumento de las exportaciones alemanas a ese país. Estas ascendieron en 1896 a 28 millones de marcos, en 1911 a 113 millones de marcos; en 1901, solo para la Turquía asiática, incluyeron 12 millones y, en 1911, 37 millones de marcos “.

Rosa Luxemburgo muestra que la expansión colonial e imperialista permite a los antiguos países capitalistas europeos como Gran Bretaña, Francia, Alemania, Bélgica (podríamos agregar Italia y los Países Bajos), en los que hay un situación de excedencia de capitales, utilizar estos capitales no utilizados para prestarlos o invertirlos en países periféricos que, a partir de ahí, constituyen una salida rentable. Escribe: “El capital desempleado no tenía la posibilidad de acumulación en su país de origen por falta de demanda de productos adicionales. Pero en el extranjero, donde la producción capitalista aún no se ha desarrollado, surgió una demanda adicional voluntariamente o por la fuerza en círculos no capitalistas”. Es que al destruir la pequeña producción local tradicional, los productos manufacturados europeos toman el lugar de la producción doméstica precapitalista. Las comunidades campesinas o los artesanos empobrecidos de países africanos, asiáticos o estadounidenses se ven obligados a comenzar a comprar productos europeos como, por ejemplo, textiles británicos, holandeses y belgas. Los responsables de esta situación no son solo los capitalistas europeos, también son las clases dominantes locales en los países periféricos que prefieren especializarse en el comercio de importación-exportación en lugar de invertir en las industrias manufactureras locales (como he mostrado con respecto a América Latina en el sistema de deuda en los capítulos 2 https://www.cadtm.org/La-deuda-y-el-libre-comercio-como y http://www.cadtm.org/Mexico-demostro-que-es-posible). Prefieren invertir los capitales que han acumulado para extraer materias primas (minería, por ejemplo) o cultivar algodón y vender estos productos en bruto en el mercado mundial, en lugar de transformarlos localmente. Prefieren importar productos manufacturados de la vieja Europa en lugar de invertir en industrias locales de transformación y producir para el mercado interno.

Egipto víctima de préstamos internacionales
En el caso de Egipto, que Marx no había estudiado en profundidad, Rosa Luxemburgo señala otro fenómeno. Para pagar la deuda externa contraída con los banqueros en Londres y París, el gobierno egipcio endeudado somete al campesinado egipcio a una sobreexplotación, ya sea forzándole a trabajar gratis para la construcción del Canal de Suez, o imponiendo impuestos que degradan enormemente las condiciones de vida de las y los campesinos. Rosa Luxemburgo muestra así cómo la sobreexplotación del campesinado por métodos que no son puramente capitalistas (es decir, que no se basan en las relaciones de trabajo asalariado) benefician a la acumulación del capital.

Rosa Luxemburgo describe el proceso resumido anteriormente. Explica que la fuerza laboral egipcia “todavía estaba compuesta por campesinos obligados a trabajos gratuitos, y el Estado asumió el derecho de disponer de ellos sin reservas. Los fellahs ya fueron empleados a la fuerza por miles en la construcción de la presa Kalioub y el Canal de Suez; ahora estaban ocupados construyendo diques y canales, y cultivando las propiedades del virrey. El Jedive (= el soberano egipcio, nota de Eric Toussaint) ahora necesitaba para sí los 20,000 siervos que había puesto a disposición de la Compañía Suez, de ahí el primer conflicto con el capital francés. Una sentencia arbitral de Napoleón III otorgó a la Compañía de Suez una compensación de 67 millones de marcos; el Jedive aceptó esta sentencia con la mayor disposición porque podía sacar esa suma de los mismos fellahs que fueron objeto del conflicto. Entonces comenzaron los trabajos de canalización. Se encargaron una gran cantidad de máquinas de vapor, bombas centrífugas y locomotoras a Inglaterra y Francia. Por cientos, estas máquinas fueron enviadas desde Inglaterra a Alejandría, luego fueron transportadas en barco por los canales y el Nilo, y luego a lomos de camello al interior del país. Para trabajar la tierra, se necesitaban aún más arados de vapor dado que en 1864 una epidemia había diezmado el ganado. Estas máquinas también vinieron principalmente de Inglaterra”.

Rosa Luxemburgo describe las numerosas compras de equipos y empresas enteras realizadas por el soberano egipcio a capitalistas británicos y franceses. Y plantea la pregunta: «¿Quién proporciona el capital para estas empresas?» Y responde: “Los préstamos internacionales”. Todos estos equipos y empresas se utilizaron para exportar principalmente materias primas principalmente agrícolas (algodón, caña de azúcar, añil, etc.) y para completar la construcción del Canal de Suez para promover el comercio mundial dominado por Gran Bretaña.

Rosa Luxemburgo describe en detalle la sucesión de préstamos internacionales que arrastran gradualmente a Egipto y su gente a un abismo sin fin. Muestra que las condiciones impuestas por los banqueros hacen que sea imposible pagar el capital porque hay que pedir prestado constantemente para pagar los intereses.

Las sumas de dinero, proveniente de los préstamos, que realmente llegaron a Egipto fueron mucho menores, aunque los banqueros exigían y recibían montos muy elevados como reembolso. Tomemos como ejemplo el préstamo de 1862: los banqueros europeos emitieron títulos egipcios por un valor nominal de 3,3 millones de libras esterlinas, pero los vendían al 83 % de su valor nominal, por lo que Egipto recibía solamente 2,5 millones de libras, suma a la que se le debía descontar la comisión de los banqueros. El monto que debía reembolsar Egipto en 30 años se elevaba a cerca de 8 millones de libras teniendo en cuenta la amortización del capital y el pago del interés.

Se comprende fácilmente que ese crecimiento de la deuda y los tipos de interés exigidos eran insostenibles. Las condiciones financieras que fueron impuestas por los banqueros hacían imposible el reembolso. Por consiguiente, Egipto debía seguir endeudándose para ser capaz de continuar con los pagos de las deudas anteriores.

Dejemos la voz a Rosa Luxemburgo, que enumera una impresionante serie de préstamos otorgados en términos abusivos para beneficio de los prestamistas: «En 1863, un año antes de su muerte, Said Pasha [13] contrató el primer préstamo con un valor nominal de 68 millones de marcos, pero que, después de deducir comisiones, descuentos, etc., se quedaron en 50 millones de marcos netos. Legó esta deuda a Ismail [14], así como el Tratado de Suez que impuso a Egipto una contribución de 340 millones de marcos. En 1864, Ismaïl obtuvo un primer préstamo con un valor nominal de 114 millones con un 7% de tasa de interes y un valor real de 97 millones con un 8,25% de interes. Este préstamo se gastó en un año, 67 millones se utilizaron para compensar a la Compañía de Suez (…). En 1865, el Banco Anglo-Egipcio otorgó el primero de los llamados»préstamos Daira”. La propiedad privada del Jedive se utilizó como garantía para este préstamo, que tenía un valor nominal de 68 millones al 9% de tasa de interes y un valor real de 50 millones a 12%. En 1866, Frühling y Göschen otorgaron un nuevo préstamo con un valor nominal de 60 millones y un valor real de 52 millones; en 1867, el Banco Otomano otorgó un préstamo con un valor nominal de 40 millones, con un valor real de 34 millones. La deuda pendiente ascendía entonces a 600 millones. Para consolidar parte de la misma, se contrató con el banco Oppenheim y Neffen un préstamo por valor de 238 millones al 4%, en realidad Ismail recibió solo 162 millones al 13.5%. Esta suma permitió organizar la gran celebración de la inauguración del Canal de Suez, que se celebró ante a todas las personalidades del mundo de las finanzas, los tribunales y el medio mundo europeo. Una lujosa locura se desplegó en esta ocasión; además, se ofreció una nueva comisión de 20 millones al jefe turco, el sultán. En 1870, Bischoffshein y Goldschmidt otorgaron un préstamo por un valor nominal de 242 millones al 7%, y por un valor real de 100 millones al 13%. Luego, en 1872 y 1873, Oppenheim otorgó dos préstamos, uno, modesto, de 80 millones al 14%, y el otro muy importante, con un valor nominal de 640 millones al 8%; este último logró reducir a la mitad la deuda pendiente, pero como se utilizó para canjear letras de cambio que estaban en manos de los banqueros europeos, en realidad supuso solo 220 millones.

En 1874, se intentó un préstamo adicional de 1,000 millones de marcos a cambio de una renta anual del 9%; pero solo trajo 68 millones. Los valores egipcios se cotizaban un 54% por debajo de su valor nominal. En trece años, desde la muerte de Said Pasha, la deuda pública había pasado de 3.293.000 libras esterlinas a 94.110.000 libras esterlinas, es decir, aproximadamente 2 mil millones de marcos. La bancarrota estaba a la puerta”.

Rosa Luxemburgo afirma acertadamente que esta serie de préstamos aparentemente absurda produjo grandes dividendos para los banqueros: “A primera vista, estas operaciones financieras parecen ser el colmo del absurdo. Un préstamo expulsa al otro, el interés de los préstamos antiguos está cubierto por préstamos nuevos. Pagamos los enormes pedidos industriales realizados al capital inglés y francés con el dinero prestado por el capital inglés y francés.

Pero en realidad, aunque todo el mundo en Europa suspiró y lamentó la loca gestión de Ismail, el capital europeo obtuvo ganancias sin precedentes en Egipto, una nueva versión en aquel país de la parábola bíblica de las vacas gordas, única en la historia mundial del capital. Y, sobre todo, cada préstamo fue una ocasión de una operación usuraria en la que quedaron en manos de los banqueros europeos 1/5 e incluso 1/3 o más de la suma presuntamente prestada”.

Luego muestra que es el pueblo egipcio, en particular la masa de las y los campesinos pobres, las y los fellahs, quienes pagan la deuda: “Sin embargo, estos beneficios usurarios debían pagarse de una forma u otra. ¿Dónde conseguir los medios? Egipto debía entregarlos, y la fuente era el fellah egipcio. Fue la economía campesina la que en última instancia suministró todos los elementos de las grandiosas empresas capitalistas. Proporcionó la tierra, ya que las llamadas propiedades del Jedive, adquiridas a expensas de las aldeas por saqueo y chantaje, habían tomado proporciones inmensas durante algún tiempo; fueron la base de los planes de canalización, las plantaciones de algodón y azúcar. La economía campesina también proporcionó una mano de obra gratuita, que además tuvo que cubrir sus propios costos de mantenimiento durante todo el período de su explotación. Los milagros técnicos creados por ingenieros europeos y máquinas europeas en el sector de la canalización, del transporte, la agricultura y la industria se lograron gracias al trabajo forzado de los campesinos. Enormes masas de campesinos trabajaron en la presa de Kalioub y el Canal de Suez, la construcción de ferrocarriles y diques, en plantaciones de algodón y en fábricas de azúcar; fueron explotados sin límites y pasaron de un trabajo a otro según las necesidades del momento. Aunque los límites técnicos del uso del trabajo forzoso para los fines del capital moderno se manifestaran en todo momento, esta insuficiencia era compensada por la dominación absoluta ejercida sobre la mano de obra: la cantidad de fuerza de trabajo, la duración de la explotación, las condiciones de vida y de trabajo de la mano de obra dependían completamente de la buena voluntad del capital.

Además, la economía campesina proporcionaba no solo la tierra y la mano de obra, sino también el dinero, a través del sistema tributario. Bajo la influencia de la economía capitalista, los impuestos extorsionados a los pequeños campesinos se hicieron cada vez más pesados. El impuesto a la propiedad de la tierra aumentó constantemente : a fines de la década de 1860, ascendía a 55 marcos por hectárea, mientras que las grandes propiedades solo pagaban 18 marcos por hectárea y la familia real no pagaba impuestos en sus inmensos dominios. A esto se añadían impuestos especiales, por ejemplo, aquellos destinados al mantenimiento de los trabajos de canalización que se usaban casi exclusivamente para las propiedades del virrey; ascendieron a 2,50 marcos por hectárea. El fellah debía pagar, por cada palmera datilera que poseía, un impuesto de 1,35 marcos, por la cabaña donde vivía, 75 peniques. Además, había un impuesto personal de 6,50 marcos que debía pagar cada individuo masculino mayor de diez años”.

Cuanto más aumentaba la deuda con el capital europeo, más dinero tenía que ser extorsionado a la economía campesina. En 1869, todos los impuestos se incrementaron en un 10% y se recaudaron por adelantado para el año 1870. En 1870, los impuestos a la propiedad de la tierra se incrementaron en 10 marcos por hectárea. Las aldeas del Alto Egipto comenzaron a despoblarse, las chozas fueron demolidas, la tierra quedó en barbecho para evitar pagar impuestos. En 1876, el impuesto sobre las palmeras datileras se incrementó en 50 peniques. Pueblos enteros se dispusieron a derribar sus palmeras datileras lo que tuvo que ser impedido a tiros. Se dice que en 1879, 10,000 fellahs murieron de hambre al norte de Siut por falta de dinero para pagar el impuesto sobre el riego de sus campos y después de haber matado a su ganado para evitar pagar impuestos”.

Rosa Luxemburgo concluye esta parte escribiendo: “Ya se había sacado al fellah hasta la última gota de su sangre. El estado egipcio había cumplido su función de recaudador de dinero al servicio del capital europeo; ya no había necesidad de él. El Jedive Ismail (Pasha) fue despedido. El capital ahora podría liquidar las operaciones”.

Rosa Luxemburgo muestra cómo el capital británico se apodera a precios de ganga de lo que aún pertenecía al Estado, y una vez hecho esto, cómo logra que el gobierno británico encuentre un pretexto para invadir Egipto militarmente y allí instalar su dominación que, recordemos, duró hasta 1952.

Rosa Luxemburgo explica que “Solo se esperaba un pretexto para el golpe final: fue proporcionado por la rebelión del ejército egipcio, hambreado por el control financiero europeo, mientras que los funcionarios europeos recibían enormes salarios, y por una revuelta de masas provocada en Alejandría que estaba desangrada. En 1882, el ejército inglés ocupó Egipto, para nunca abandonarlo. La sumisión del país fue la culminación de las grandiosas operaciones del capital en Egipto durante veinte años, y la última etapa de la liquidación de la economía campesina egipcia por parte del capital europeo. Aquí nos damos cuenta de que la transacción aparentemente absurda entre el capital prestado por los bancos europeos y el capital industrial europeo se basó en una relación muy racional y muy saludable desde el punto de vista de la acumulación capitalista, aunque las compras egipcias fueran pagadas por el capital prestado y los intereses de un préstamo fueran cubiertos por el capital de otro préstamo. Si se hace abstracción de todos los niveles intermedios que ocultan la realidad, podemos reducir esta relación al hecho de que la economía egipcia fue absorbida en gran medida por el capital europeo. Enormes extensiones de tierra, fuerzas laborales considerables y una gran cantidad de productos transferidos al Estado en forma de impuestos, se transformaron en último término en acumulación de capital europeo”.

Como escribí en el Sistema Deuda sobre Egipto http://www.cadtm.org/La-deuda-como-instrumento-para-la : «Será necesario el derrocamiento de la monarquía egipcia en 1952 por jóvenes militares progresistas dirigidos por Gamal Abdel Nasser y la nacionalización del canal de Suez el 26 de julio de 1956 para que, durante una quincena de años, Egipto intente nuevamente un desarrollo parcialmente autónomo».

Conclusión: El análisis de Rosa Luxemburgo sobre el papel de los préstamos internacionales como mecanismo para explotar a los pueblos y como instrumento de subyugación de los países periféricos a los intereses de las potencias capitalistas dominantes es de una gran actualidad en el siglo XXI. Básicamente, los mecanismos que Rosa Luxemburgo puso al descubierto continúan funcionando hoy en formas que deben analizarse con rigor y que deben combatirse.

Me gustaría señalar que fue una invitación para participar en septiembre de 2019 en una conferencia en Moscú sobre Rosa Luxemburgo la que me dio la oportunidad de volver a estudiar su trabajo y preparar el material que se encuentra en este artículo. La conferencia estaba organizada por jóvenes profesores universitarios completamente independientes del gobierno y contó con el apoyo de la Fundación Rosa Luxemburgo.

Traducido por Alberto Nadal

Adjunto archivo: https://www.cadtm.org/local/cache-vignettes/L640xH406/arton18021-2ce5f.jpg?1593820087

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