El mundo está aterrorizado viendo la guerra en Ucrania, que tiene importancia global porque implica a la segunda potencia nuclear. Pero el mundo no entró en guerra con las operaciones militares rusas. Hay otras guerras en curso, aunque no se informa de ellas. Empezando por la ocupación no autorizada por la ONU de Palestina, el ejército israelí mató a 219 palestinos, incluidos 63 niños sólo en mayo de 2021. También está la guerra en Yemen que sigue cobrándose vidas cada día y con más de 20 millones de personas necesitadas de ayuda humanitaria, sin acceso a agua o alimentos; la guerra en Myanmar, donde en una manifestación pacífica, en marzo de 2021, más de 500 personas fueron asesinadas por los militares y es un conflicto que moviliza poderosos intereses económicos, especialmente en el Reino Unido, país del que Myanmar es una antigua colonia; la guerra en Siria que ya ha dejado 500.000 muertos, la mitad de ellos civiles y que la oposición al gobierno recibe apoyo militar de EEUU y países europeos.
A estos se suman numerosos conflictos regionales, casi todos financiados por la industria bélica estadounidense y por países como el Reino Unido e Israel. La realidad es que el mundo ha estado en guerras desde el final de la Segunda Guerra Mundial. Las listas que circulan por las redes sociales muestran que, desde entonces, sólo Estados Unidos ha declarado la guerra, enviando armas, vehículos blindados, helicópteros, misiles y miles de soldados contra más de 50 países de todo el mundo.
La lógica de la guerra se basa moralmente en la idea de que es lícito que los seres humanos asesinen a otros seres humanos para defender sus propios derechos. Por ello, las personas, los grupos, los colectivos y los países se arman y las propias Naciones Unidas defienden el principio de la autoprotección. Esta práctica, sin embargo, crea una espiral de violencia. Si un país se arma para “sentirse” seguro, los países vecinos se sentirán amenazados y, necesariamente, se armarán para proteger su seguridad. La práctica de la guerra, por tanto, es nefasta e ineficaz por su propia lógica. Cuanto más se arme un país para defenderse, más se armarán otros países y aumentará la inseguridad, en una espiral sin fin.
La lógica nos dice lo contrario. La salida es el desarme. Pero para ello es necesario desmantelar la industria bélica, el principal “activo” económico de EEUU e Israel. De hecho, las guerras tienen todo que ver con el capitalismo. Durante la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. se mantuvo “neutral”, si podía, construyendo una poderosa industria bélica e insumos militares para, por así decirlo, alimentar el conflicto. Después de 1945, esta industria se fortaleció con la guerra fría y con varias guerras apoyadas por los gobiernos estadounidenses, como en Vietnam y Corea. Lamentablemente, el sentido común indica que si EE.UU. declarara la guerra a Ucrania, no habría sorpresas y el acontecimiento estaría dentro de lo normal. Al fin y al cabo, el gobierno estadounidense, con la connivencia de la ONU, es tratado como un ejército global, libre de realizar atrocidades sin represalias internacionales.
Por otro lado, a pesar de ser una potencia nuclear, Rusia no tenía el mismo comportamiento. La propia anexión de Crimea a la Federación Rusa se produjo, no por iniciativa propia, sino por la guerra civil ucraniana tras el golpe de Estado de 2014. De ahí la sorpresa de la mayoría de la gente con la iniciativa rusa hacia Ucrania. Sin embargo, en este caso, Rusia eligió el camino equivocado, porque la lógica que alimenta este conflicto es la lógica de la guerra, donde no hay un lado correcto. Rusia, con el argumento de la autodefensa, quiere imponer sus normas de protección a Ucrania. Ucrania, en la lógica de servir como instrumento de la OTAN y de los EE.UU., busca fortalecer su poder militar y político, amenazando a Rusia. Además, en ambos países, lo que alimenta el conflicto es un sentimiento ultranacionalista que tiene como base moral la negación del otro, fenómeno que en Ucrania se amplifica con elementos nazifascistas.
Lo que es seguro es que el resultado de esta crisis no será prometedor para la humanidad. Aunque el conflicto termine en los próximos días, la tendencia será un aumento de la política armamentística en todos los países, como ya ha decidido Alemania al triplicar su presupuesto militar. Todo indica que otros países seguirán el mismo camino. En este momento de enormes desafíos, el peor escenario es el aumento de las tensiones militares y la ruptura de las alianzas mundiales por la paz. El mundo debe movilizarse para enfrentar la pandemia que cuesta miles de vidas diariamente, para combatir el calentamiento global y sus efectos en la vida de las personas y del planeta, para combatir las desigualdades que generan millones de muertes por hambre, falta de acceso al agua, a la salud, al saneamiento, a la vivienda, al trabajo y a la renta básica.
El Foro Social Mundial siempre ha sido un espacio privilegiado para la sociedad civil, con autonomía respecto a sus gobiernos y con una perspectiva de ciudadanía universal. Al FSM le corresponde posicionarse contra todas las guerras: contra las guerras de Ucrania, Yemen, Palestina, Siria y Myanmar. Promover un movimiento global internacionalista en defensa de la paz y por un nuevo orden mundial. Si la ciudadanía global no se rebela contra sus gobernantes, la escalada armamentística dominará la agenda durante las próximas décadas, con consecuencias inimaginables. Es un reto muy grande, sin duda. Pero una necesidad que se impone.
Repito aquí lo que ya escribí en 2012, cuando el FSM Palestina Libre tuvo lugar en Porto Alegre: el FSM nació con un camino radicalmente democrático, donde no hay jerarquías institucionales que se superponen a los derechos de las personas y la ciudadanía universal. Nació con una metodología de diálogo y consenso, donde los más diversos y diferentes puntos de vista son libres de ser presentados, escuchados y criticados. No es el lugar del pensamiento único ni de las verdades absolutas. En el FSM surgieron muchas luchas nuevas, muchos sujetos sociales salieron de la invisibilidad y se ampliaron los horizontes de los derechos humanos y sociales.
Es esta nueva cultura política la que puede ofrecer una perspectiva democrática y el diálogo como forma de enfrentar los conflictos. El FSM defiende el derecho de los pueblos a autodeterminarse, a construir estados autónomos y democráticos y, del mismo modo, cree que es posible crear un contexto de convivencia pacífica entre todos los pueblos. Nos situamos en el ámbito de la construcción de la paz. La ciudadanía mundial necesita la paz y debe movilizarse para exigirla.
Hace falta una buena dosis de solidaridad y empatía para entender lo que está ocurriendo en estos momentos. Es necesario buscar puntos comunes para que el conflicto termine y lo haga de forma respetuosa y digna para todas las partes. Defender la paz es nuestra principal misión estos días. Espero sinceramente que lo consigamos.
Anexo: Personas con pancartas y banderas se reúnen frente al parlamento israelí en Jerusalén para participar en una manifestación de solidaridad contra los ataques rusos en curso en Ucrania en Jerusalén el 28 de febrero de 2022 [Mostafa Alkharouf – Agencia Anadolu].