Adolescentes, actores de cogestión de un proyecto colectivo

Un poco de “cuento juvenil”. Mucho más de proyecto innovador y de
laboratorio de utopías. Treinta adolescentes, entre 12 y 17 años, viven en
el Albergue Juvenil de Mazuko, enclavado en la selva de la Amazonía
peruana, en el extremo sur-este del país a 1.500 kilómetros de la capital
Lima. Allí construyen una cotidianeidad colectiva, singular. “Este proyecto
es una apuesta a una forma de vida diferente. Un esfuerzo desde abajo,
desde la sociedad civil, para revalorizar la juventud”, tal como lo
expresan durante una reciente visita a Suiza los sociólogos peruanos Oscar
Guadalupe Zevallos y Ana Hurtado Abad, coordinadores de esta experiencia en
un alejado paraje rural de la selva más extendida del planeta.

El mundo rural en la Amazonía es duro y desafiante. Los campesinos, casi
siempre abandonados por un Estado poco presente, pagan el precio de la
marginalidad “recetada” desde los centros urbanos. Los beneficios sociales
no llegan jamás, o simplemente con cuentagotas. La “modernidad” sólo los
toca desde muy lejos…

Mazuko, una casa de todos

Realidad que conocen a fondo los más de cien mil habitantes del
Departamento de Madre de Dios – y los 30 mil “flotantes” que entran y salen
de los lavaderos de oro cercanos. “Si en las escuelas de las ciudades hay
un maestro por clase, en nuestra región todas las clases juntas tienen un
solo docente”, señala a nivel de ejemplo, Oscar Guadalupe, responsable de
la asociación civil Huarayo que gestiona el Albergue.

En una amplia zona de dieciséis comunidades rurales, el único colegio
secundario se encuentra en Mazuko, explica por su parte Ana Hurtado,
responsable directa del hogar colectivo. La escuela sería inaccesible para
muchos hijos de campesinos de zonas alejadas sino pudieran pernoctar en el
pueblo.

El Albergue nació hace diecisiete años para dar respuesta a esta
problemática. Con el paso del tiempo, la participación activa de los
jóvenes alojados y su “apoderamiento” del proyecto, le fue imprimiendo
una nueva dinámica al Albergue. Que en la realidad constituye para ellos
“su casa durante 18 horas por día, diez meses por año, durante todo el
tiempo del secundario”, precisa.

En la gestión del albergue se fue desarrollando “un activo protagonismo
juvenil” que expresa un salto cualitativo en la historia del proyecto y
que es hoy uno de los conceptos de referencia de esta casa colectiva, por
la que han pasado y concluido los estudios de secundaria más de 150
estudiantes desde su nacimiento.


Un laboratorio de vida

Si bien en Perú no es el único, el Albergue Juevenil de Mazuko, tiene mucho
de novedoso, insisten sus animadores.

En primer lugar, el antes mencionado protagonismo. Que significa, según
Guadalupe, no sólo darle la palabra cada día a los adolescentes sino
también valorar su trabajo, sus propuestas, sus ideas y estimular su
participación.

“Ellos definen, por ejemplo, sus horarios. Luego de estar seis horas
diarias en la escuela que es pública, regresan y realizan buena parte de
las tareas ligadas a la alimentación colectiva, la limpieza de la vivienda
y diversas iniciativas productivas”.
Entre ellas, el mantenimiento de una chacra biológica de cinco hectáreas:
con una huerta, árboles frutales, cría de pollos, cerdos y peces.

Una parte de lo producido se destina a la alimentación. El excedente, es
vendido en el pueblo para aportar al financiamiento parcial del albergue.
Los padres también deben contribuir, sea con recursos -según sus
respectivas posibilidades- o bien con trabajo. Un tercer componente que
asegura la viabilidad del centro proviene de la cooperación internacional.

Otro concepto esencial es la “recuperación de valores”, insiste el
sociólogo peruano. En un país con “años y años de violencia de todo tipo,
de terrorismo y gobiernos corruptos, es importante que los jóvenes puedan
creer en otras verdades. Como la dignidad del trabajo; las relaciones
horizontales y sin machismo; el diálogo y el intercambio armoniosos; la
solidaridad entre ellos así como la participación y cogestión del proyecto
con responsabilidades compartidas”. Es decir, “demostrar que otra lógica,
que otra forma de vida es posible a pesar de la historia anómala que
atraviesa Perú desde hace tantos años”.

Resultados exitosos

El tiempo parece dar la razón a la apuesta. Algunos de los adolescentes que
vivieron en la casa, una vez terminada la escuela secundaria, han podido
incluso llegar a la universidad, alternativa casi remota en regiones
rurales tan perdidas del país.
Un grupo de ellos crearon ASEDRU, una asociación de estudiantes rurales
universitarios, para facilitar la solidaridad en sus estudios.

Otros, se han convertido en promotores sociales en sus respectivas
comunidades, a las que aportan las experiencias vividas colectivamente en
el albergue. Promoviendo la asociación AGROBOSQUE, con agricultores de la
zona y con una visión de desarrollo durable.

Los efectos del cambio también se expresan en los hogares de origen.
“Cuando los jóvenes van a sus casas, aportan los conocimientos adquiridos
en el Albergue; innovan en tareas culinarias y en la cocina; llevan
nociones nuevas de salud doméstica básica; incluso proponen nuevos métodos
de cultivo…”, señala Hurtado.

Y de lo micro a lo global, un camino sólo marcado por la tenacidad. “El
Albergue ha impulsado la *Defensoría de las Niñas, Niños y Adolescentes*
de Mazuko y en las comunidades auríferas hemos construido una Red de
defensorías de la Amazonía peruana para propiciar un mayor respeto a los
derechos de los niños. Todo sobre la base de dedicación benévola y trabajo
militante de sus miembros.

Y junto con esta expansión, se libra un debate conceptual de fondo. Ya que
son muchas las organizaciones que se oponen a todo tipo de trabajo de los
niños. “En tanto nosotros defendemos el quehacer formador, como condimento
de la experiencia integral de un ser humano. Condenamos, por supuesto,
cualquier forma de explotación infantil. Pero es importante diferenciar
quehacer y explotación”, insiste Guadalupe.

El Albergue con sus diecisiete años de existencia transita hoy su propia
adolescencia. Una juventud ya madura por la experiencia colectiva
acumulada. Y con la ambición de no parar en la búsqueda de nuevos valores
emblemáticos: “un grito de la sociedad civil, desde lo local, para
ejemplificar otro modelo de sociedad, e incluso, de nación”, concluye
Guadalupe.


DE MAZUKO A SUIZA

El viaje de la Amazonía peruana a Suiza, paradójicamente, significa en
cierta forma buscar una parte de las raíces del Albergue Juvenil de Mazuko.
El sacerdote helvético Xavier Arbex fue su fundador. La cooperante Chantal
Furrer Rey, de la ONG suiza de cooperación solidaria Frères Sans
Frontières (hoy E-CHANGER/ INTERCAMBIAR), trabajó durante tres años, en la
segunda mitad de los noventa, en la reconceptualización y fortalecimiento
el proyecto.
Desde entonces hasta ahora, la casa colectiva no dejó de crecer y
renovarse. Aunque la relación con este país europeo sigue siendo una
constante. La organización helvética Tierra de Hombres de Ginebra facilita
una parte importante de los recursos para asegurar su existencia.
Todos elementos que explican el pasaje de Ana Hurtado y Oscar Guadalupe
por Ginebra, Friburgo, Sion, Sierre y otras ciudades muy estrechamente
“hermanadas” al Albergue.
“Este viaje es una experiencia muy rica. Nos gustaría que nuestros niños y
jóvenes en la selva pudieran realizarse y tener una vida con más medios a
disposición. Por otra parte, vemos que nuestras limitaciones cotidianas
constituyen una fuente de aprendizaje e innovación. Hemos conocido algunas
instituciones juveniles suizas y nos parece que a veces se peca de
verticalismo, de rigidez. Tal vez el hecho de tener todo lo material
resuelto, le quita flexibilidad a las relaciones con los adolescentes”,
enfatiza Guadalupe.
¿Principal desafío de la solidaridad internacional con estas iniciativas
que se promueven en el Sur como el Albergue Juvenil? “La información de
que existimos. Que la gente de aquí, del Norte, se entere que estamos
impulsando iniciativas novedosas. Que no sólo reciban las imágenes de
nuestros dramas y miserias cotidianas. Que sepan que no estamos paralizados
y que no cesamos de organizarnos y de buscar alternativas”, concluye.

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