Las manifestaciones en las principales ciudades del país desafían y colocan en movimiento la capacidad de diálogo entre gobiernos y legisladores y expresiones del movimiento en la tentativa de interpretar y transmitir las exigencias / demandas colocadas por la población. La más visible entre ellas es el derecho de ir y venir que hoy es barrado por el costo y mala calidad del transporte público y el predominio de los automóviles en las calles y centros urbanos de Brasil. Ese ha sido uno de los temas de las reuniones de la Presidente Dilma Rouseff con manifestantes, intendentes y gobernadores. Pero no es la única pauta colocada por la calle.
Después de mensajes de indignación contra la calidad de todo lo que debería ser derecho publico y social asegurado, contra la corrupción política y económica de las elites brasileñas, el dedo del pueblo comienza a tocar la herida, organizando asambleas en la calle para mostrar sus pautas con claridad a la sociedad. Y una de ellas se va hacienda evidente en las redes sociales y los actos públicos, pero continua escondida en las coberturas de la prensa: la necesidad de democratizar la comunicación en Brasil y cohibir las manipulaciones de la opinión pública.
Pasados los levantamientos generalizados, con su profusión de focos y gritos de todo tipo, las asambleas populares comienzan a organizarse por la plazas públicas. Auto convocadas, ellas traen la cultura de la construcción colectiva no jerárquica y el respeto al derecho de expresión de cada uno. Otras incorporan métodos de los que hace años marchan organizados por derechos, y preparan sus pautas con agendas previamente construidas para los debates objetivos. Son las diversas culturas de la rebeldía que van poco a poco haciendo de las plazas su lugar de reunión y discusión.
El domingo, manifestantes de Brasilia pasaron horas al sol debatiendo sus prioridades, y entre ellas están temas como derechos humanos, medios y comunicación. La misma pauta fue levantada en Belo Horizonte, entre otros derechos públicos que el pueblo quiere ahora asegurar. El martes ha sido la vez de São Paulo, con una asamblea popular en la Plaza Roosevelt, en la zona central, para debatir justamente el papel de los medios en las protestas, frente a las cuales actuaron primero condenando y después transformándose en amigos de las marchas con rasgos propios.
La cobertura fue claramente pautada por el objetivo de dar visibilidad a las protestas contra la corrupción en la política, así como clamar por una acción higienista en el congreso y el gobierno federal, dos territorios en disputa para las próximas elecciones. No se mencionó el clamor por una nueva cultura política, en la que pocos no pueden hablar por muchos, como hacen los medios de comunicación en Brasil, controlados por media docena de familias.
Los medios transmitieron el bello grito de las marchas de que El Pueblo Despertó, pero naturalmente no mostraron que las marchas también gritaban que El Pueblo no es Bobo, porque lo que viene enseguida todos lo saben en Brasil. La TV mostró manifestantes colocando banderas partidarias fuera de la marcha, pero no mostró el pueblo en las calles gritando Fuera la Red Globo.
La protesta contra la corrupción mira los mismos grandes negocios de las elites que tanto explotan el transporte y se apropiaron de las vías públicas de circulación, y lo cuanto controlan a los grandes medios y se apropian de las grandes vías públicas de la radiodifusión. Pero para que eso aparezca en los medios, la población que usa las redes sociales o se informa por la TV quiere leyes de defensa de la internet y leyes democratizadoras de la comunicación, dos providencias que gobierno y congreso tardan en tomar, por miedo al poder de esos medios concentrados.
Otra vez el gobierno se tienta de escuchar la voz de las calles por el filtro de los grandes medios, o no hubiera intentado calmarla a través de una entrevista del ministro de las Comunicaciones, a la Revista
Veja, criticando a quien defiende un nuevo marco regulatorio de las comunicaciones.
En el esfuerzo de responder al País, este tal vez sea un diálogo equivocado con el interlocutor equivocado. El propio gobierno sabe, que otras veces el filtro de los medios no valió para la voluntad del pueblo, que en los casos de Lula y Dilma, derrotó a la derecha y eligió candidatos comprometidos con cambios reales.
Si el pueblo está descontento es porque hacen falta transformaciones profundas que estos gobiernos progresistas podrían hacer, y la comunicación en el Brasil es una de esas transformaciones. En este momento de presiones, marchas, diálogos y asambleas populares, el gobierno, congreso y gobernantes necesitan pensar muy bien si realmente van a responder al pueblo movilizado alrededor de propuestas y derechos o responder a los medios que manipulan y arrastran consigo el rencor de las multitudes.
La presidente recordó, en el discurso a la nación, que su generación luchó mucho para que la voz de las calles fuera oída. “Muchos fueron perseguidos, torturados y murieron por eso. La voz de las calles necesita ser oída y respetada, no puede confundirse con ruido o la truculencia de algunos alborotadores. Soy la presidente de todos los brasileños, de los que se manifiestan y de los que no se manifiestan. El mensaje directo de las calles es pacifico y democrático”, dijo ella.
Muy bien. La voz de las calles tampoco puede ser confundida con la manipulación de unos pocos controladores de los grandes medios de comunicación en Brasil.
Que vengan las asambleas populares!
Foto: Asamblea por democratización de los medios, en São Paulo, por Mídia Ninja