Traduzido por Malgorzata Chojnowska
Se inicia con unas pocas banderas que se reúnen en las esquinas de las calles, atrayendo las miradas curiosas de transeúntes, y las olas cortés de los coches que pasaban. A medida que nos acercamos al lugar de la marcha, los números crecen, y los latidos rítmicos de la música empiezan a dar a las banderas como un ritmo de primavera en sus olas, un salto adicional en la caminata de los que llevan las banderas. Y luego hay muchos de nosotros, esperando en la sombra de los árboles, fumando, saludando a los viejos amigos, hablando con extraños que se reunieron por la acera.
En las barandilla de la acera, una fila de las personas ha abierto sus ordenadores portátiles y con diligencia está escribiendo a máquina, sin tener en cuenta el ruido cada vez mas fuerte alrededor de ellos. Un niño está leyendo el libro, negándose a mirar a la multitud de personas que se desplazan de casi todos los rincones del mundo que le rodean en su órbita brillante.
Las mujeres pasan vestidas en magníficas telas, en saris, pareos, y con turbantes de toda variedad, dando la ilusión del desafió de la gravedad. Se ven: aplicación abundante de protector solar, besos y saludos entusiastas-en-dos mejillas, y de repente la marcha está en movimiento, lento y palpitante, bailando y agitando, magnífico y aparentemente interminable.
Los vendedores inteligentes aparecen a cada pocos pasos vendiendo pedazos de coco, camisetas y alfombrillas de oración. Otros no tan inteligentes tratan de hacer pasar los perfumes de contrabando a las damas inmaculadamente vestidas. Ahora hay muchas las banderas, el arco iris de colores, como patchwork, en alto, atadas a la espalda o estiradas entre amigos como apretones de manos. La música está en todas partes, el ritmo varía en cada pocos pasos con cada grupo. Los tambores y silbatos, palmas y platillos de madera, voces que se alzan en consignas roncas, todos estos son la banda sonora del Foro declarándose abierto.
Ahora, la marcha ha llegado a una encrucijada, y entra en la ciudad viva, por una carretera llena de niños viendo y saltando a lo largo del camino, las mujeres con bebés en sus caderas que solo toman un minuto de ir a buscar agua y siguen viendo el mundo que está pasando, los jóvenes en los techos balanceándose al ritmo de las bandas, otros simplemente observando con asombro este largo desfile, increíble que se ha apoderado de su ciudad. Un hombre vestido con el hábito de un monje pasea arriba y abajo el desfile un par de veces, atrae miradas curiosas, incluso en una multitud acostumbrada a las sorpresas.
El misterio finalmente se reveló cuando un grupo entra en la vista, portando una pancarta que dice “Familia Franciscana de Justicia y Paz”, siendo filmado por un joven con rastas y con un sombrero rastafari. Hay hombres en tiaras de plumas, con pintura en la frente, y mujeres con pañuelos deslumbrantes, y payasos haciendo malabarismo y pretendiendo dejar caer sus accesorios, y hombres en zancos pasando el público realmente rápido.
Ahora el sol nos ha golpeado fuerte por más de una hora, y el camino parece largo, nos duelen nuestros pies y nos sentamos un rato para ver que la marcha nos alcance, y nos lave, oleada tras oleada de pancartas y demandas, programas y la esperanza, un tsunami de color y golpes, zapateando. Fatigados, algunos de la multitud parecen haber perdido su ánimo inicial, y hay un arrastro en su zancada, una tendencia a buscar el camino sombreado. Lo único que les anima es la presencia de policías en el lado de la carretera. Un grupo de niñas rápidamente posan junto a ellos a tomarse fotos, riéndose, mientras las policías observan con cara de póquer, pero desconcertados.
Por último, la carretera llega a la universidad, y la idea de que estamos casi allí es como un tónico para nuestros cuerpos cansados y la música vuelve a subir, y hay serenatas para los estudiantes que salieron en sus balcones en los albergues, y ellos nos responden y nos animan, y no se detendrán hasta que nos moveremos, a regañadientes.
Y entonces estamos ahí, en los amplios espacios de la universidad, con mucha sombra para las mujeres que pueden ahora sentarse, quejándose quitarse los zapatos de tacón alto y hacer masajes a sus pies con fuerza. Sándwiches aparecen, y el café, se toman fotografías debajo de las banderas con los viejos amigos y recién conocidos. Hablamos con algunas personas, que nos dicen lo felices que están de haber podido participar en esto, y que todos los de África se encontraban en esta marcha.
Jóvenes activistas senegaléses hablan de cómo esto podría ayudar a crear conciencia acerca de los problemas de los demás. Los niños hacen un círculo y cantan, y una furgoneta circula alrededor de la plaza tocando música reggae, con los niños moviendo sus cabezas en el ritmo. Nos dirigimos hacia el escenario, donde hay música de Brasil, y Evo Morales acaba de hablar a una multitud que permaneció en gran medida ajena a su presencia.
A las afueras de esta reunión, hay gente tomándose de la mano y bailando en el parque, haciendo círculos con los pies descalzos sobre la hierba. Salimos del lugar, y atravesamos la carretera, hacia el océano, donde unos muchachos jóvenes están ejercitándose en un gimnasio en la playa. Estoy mirando el mar, iluminado por el sol poniente. Un hombre aparece a mi lado, un transeúnte, quizás en su camino haciendo diligencias, y se detiene, y me pregunta: “¿Estás aquí por el Foro?” En francés. Asiento con la cabeza “si” y el se sonríe. “Bienvenido a Senegal”, dice, y se va, se pierde casi inmediatamente distraído en la multitud.