Desde hace cuatro años la gente lucha para garantizar un plan de desarrollo para el barrio que sea diferente de la lógica impuesta por la municipalidad a casi todas las comunidades de la cuidad, o sea, el desarrollo predador.
Florianópolis es una ciudad donde la naturaleza es muy prodiga. Su parte que es isla tiene un ecosistema muy frágil e guarda en sus 424 quilómetros cuadrados dos importantes acuíferos. Uno de ellos se queda al norte de la isla, en la comunidad de los Ingleses, y sobre él la alcaldía y los órganos ambientales autorizaran la construcción de un grande emprendimiento de luxo, el cual contiene inmenso campo de golf. Por mucho tiempo la gente lucho en contra de eso, una vez que los campos de golf utilizan diariamente litros y litros de herbicidas para mantener la grama verde y bonita para los afortunados moradores. Como abajo del campo está unos de los más importantes acuíferos de la isla, eso se configura un crimen ambiental. El agua es cosa sagrada y en ese lugar está siendo desperdiciada, tanto para regar el campo, cuanto que está siendo contaminada por los herbicidas. La gente del norte no ha logrado vencer esa batalla.
Ahora, después que casi toda la región norte de las isla fue destrozada ambientalmente, con un crecimiento desordenado y destruidor, los especuladores de la agua y de la naturaleza voltean su mirada para el sur, espacio que hasta poco tiempo era abandonado por el poder público. Como nada más hay para saquear en la región de playas de mar calmo, los grandes emprendimientos empezaran a vender la idea de que vivir en la región más alejada del progreso podría ser algo exótico. Así que hace unos cinco años han surgido inmensos carteles anunciando la venda de grandes condominios en la playa de Campeche, lugar que por determinación de la ley urbana era para ser un barrio jardín, de moradas unifamiliares. El Campeche es un barrio que no tiene saneamiento básico, no hay tratamiento de las aguas sucias y las casas han cuidado de sus cloacas con fosas sépticas. Así que el anuncio de tantos condominios con predios de cuatro andares ha levantado la gente en lucha.
Los primeros condominios empezaran en las dunas de la playa en flagrante ilegalidad, pero, por vías tortas, los constructores fueran garantizando las licencias ambientales. O sea, los órganos ambientales de la ciudad y del estado liberaran obras que, de manera muy clara, no han cumplido la ley. La gente del barrio empezó la lucha en contra de esos edificios, pero muchos de ellos han sido erguidos en la orilla del mar.
En el año pasado uno de esos emprendimientos empezó a succionar el agua de la capa freática para hacer un garaje subterráneo. La succión desperdiciaba más de 35 mil litros de agua pura por día y es en el Campeche que se queda el segundo mayor acuífero de la isla. Cuando la gente se dio cuenta de eso desperdicio hizo protestos en los órganos ambiental, sin que nada parase la succión del agua. Fue solamente después de tres meses que, con la ayuda de la policía ambiental la comunidad logró detener la succión. La obra finalmente fue embargada, pero sigua allí y muy pronto deberá ser liberada.
La lucha en contra el modelo de desarrollo turístico que la municipalidad quiere lograr no es nada fácil. La gente hace protestas, paro de carretera, marchas y la ola destruidora sigue avanzando. El gobierno municipal usa de dos pesos y dos medidas. Para los ricos y poderosos libera licencias ilegales, pero para la comunidad manda la policía y la destruición. En esa queda de brazo, la alcaldía colocó abajo un espacio histórico de la comunidad que era el “Bar do Chico”, lugar de resistencia de la gente local. En la calada de la noche vinieran las máquinas y el bar, que la comunidad luchaba había siete anos para mantener en la playa se fue, quedó totalmente destruido. Era la manera que la municipalidad encontraba para vencer la gente, arruinando lo que tenían de más precioso. Decían las autoridades que el bar estaba encima de la duna, por eso tenía que cair. Pero los condominios y otras mansiones de gente famosa también están en la duna. ¿Por qué no se ponen abajo también? Para esa pregunta la comunidad sabe bien la respuesta. Es porque el “Bar do Chico” era como se fuera el espirito de la comunidad y tenía de ser destruido.
Pues la gente del Campeche ha llorado y sentido en su más fondo la destruición de su memoria histórica y comunitaria, pero no se ha callado y tampoco paró de luchar. Por el contrario, la resistencia a los grande emprendimientos se quedó más fortalecida. Nuevas protestas, acciones en la Justicia, marchas, seguirán ocurriendo. Las denuncias, la presión lograran parar algunas obras, acertar algunos ajustes de conducta, proteger las dunas y la playa, parar con la succión de la capa freática, protegiendo el agua.
Pero, en el mes de octubre la gente tuve una sorpresa. En el exacto espacio donde se quedaba el “Bar do Chico” uno de los condominios de luxo que se hicieran sobre las dunas había hecho una pasarela de madera de 300 metros también por sobre las dunas. La pasarela iniciaba en la salida del condominio e terminaba a la orilla del mar. O sea, los ricos moradores habrían de tener un camino “limpio” de arena, para que no quedasen sucios sus pies. Eso fue como que la gota de agua que faltaba para que la gente se enojase de verdad.
En una tarde de sábado, más de 200 personas se pusieran en frente a esa pasarela dispuestos a acabar con esa provocación. Y sin que nadie combinase la gente empezó a arrancar las maderas con las propias manos. Una a una, en los 150 metros que estaban en los caminos públicos. La parte privada se respetó. La policía fue llamada pero no hice nada. Apenas observó. En pocos minutos la pasarela estaba al suelo. La comunidad no habría de permitir que se pusiera algo tan monstruoso en el lugar donde antes estaba el “Bar do Chico”. Quedaba ahora muy claro que la destruición del Bar era cosa pensada por el condominio, para que un lugar tan sencillo no sacase el “valor” del paisaje.
Al día siguiente la empresa constructora firmaba un boletín de ocurrencia en la policía exigiendo que fuesen identificados los “vándalos”. La comunidad respondió. Uno a uno apuntaran sus nombres. Toda la gente. Aquella era una acción comunitaria.
E así sigue la lucha en el sur de la isla de Santa Catarina, al sur de Brasil. Por el agua, en contra de los proyectos que buscan descargar las cloacas en el mar, en contra de los grandes emprendimientos que provocan impactos gigantescos en la comunidad. Sigue la lucha por otro tipo de desarrollo, que lleve en cuenta el deseo de la gente, que insiste en vivir en un barrio simples, de vida saludable, de espacio compartido con vecinos que se conocen. Un lugar que no quiere transformarse en un “cartón turístico”, degradado y depredado. Así, el Campeche y su pueblo se hermanan con la lucha de los indígenas de Ecuador, de Bolivia, de Honduras, de Panamá, de México, de tantos otros lugares donde la gente insiste en mantener su modo de vida. En ese pequeño lugar, de una isla chica al sur del mundo, también hay una gente que dice “no” y que hará de todo para ser escuchada y respetada.