Tras doce años de un proceso de reconstrucción social profundo e inédito, dejando una importante huella democrática y cultural en Argentina, una nueva fuerza política conservadora, íntimamente articulada con monopolios económicos y mediáticos, ha logrado ganar por la vía electoral convencional las elecciones nacionales y varios poderes ejecutivos del país. Los grandes ganadores de este proceso electoral han sido el sector agroexportador globalizado, los conglomerados mediáticos y las transnacionales, cuyos dirigentes llegan a ser ahora autoridades directas de un nuevo “corpoestado” nacional, particularmente en las carteras económicas y productivas.
¿Cómo explicar esta orientación del voto popular en un contexto de “cambio de época” en la región, donde la realidad argentina no mostraba señales económicas o desestabilizaciones políticas tan agudas como en Venezuela o Brasil y donde gran parte de la población se benefició de una ampliación significativa de sus derechos sociales? Hay complejidades por supuesto y el tema merece una investigación rigurosa. Los análisis se están multiplicando para entender como esta nueva derecha, no de actores y ideologías sino de caras y formas, ha logrado una victoria por ahora electoral y no de hegemonía política. Sin lugar a duda, el eje comunicacional es un eje clave para entender estos tumultuosos movimientos de subjetividades, de construcción de la opinión pública y de inclinaciones políticas.
En Argentina, recordamos que el inédito logro de la nueva Ley de Servicios Audiovisuales promulgada en el 2009, resultado de una amplia movilización canalizada alrededor de la Coalición por una radiodifusión democrática y de la ruptura con el pacto político anterior establecido con los grupos de comunicación, ha sido el punto de partida de una intensa “revancha mediática” y judicial de parte de la superestructura de poderes afectada por esta medida. Como lo resaltan Ignacio Ramonet y Fernando Buen Abad, los niveles de impunidad y de tergiversación mediáticas se han exacerbado exponencialmente en Argentina alrededor de la ruptura histórica vehiculada con esta ley, logrando instalar un alto nivel de demonización, desarticulación y manipulación informacional que ha apuntado en primer lugar a varias autoridades políticas y a los movimientos sociales. Sus estrategias, bien conocidas en diversas latitudes del continente, tienen marcas y nombres: Clarín en Argentina, O Globo en Brasil, Cisneros en Venezuela. Operan la instalación de verdades ficticias, mentiras e impunidad mediática en pos de romper el orden democrático; el bombardeo informacional selectivo, la descontextualización y distorsión de hechos reales; las asfixias emocionales, la instalación de grietas, la deshistoricización y segmentación de la información en noticias; la victimización de los grupos concentrados al nombre del ataque a las libertades de expresión y de prensa; el blindaje comunicacional y la asimetría con la prensa independiente y las voces alternativas…etc. Sumado a este arsenal pesado, varios sectores del poder judicial han formado un arco de defensa del statu quo del 4to y 5to poder mediático, recurriendo sistemáticamente al uso de recursos cautelares y planteos de inconstitucionalidad para impedir la aplicación del nuevo marco legal. Estas trabas a la implementación de la reforma audiovisual forma parte de la revancha de los sectores oligopólicos. En las primeras medidas del nuevo gobierno de la alianza Cambiemos, se ha vuelto a amenazar este marco democratizador, esta vez por decreto institucional, sin temor a violar las leyes vigentes y las normas constitucionales.
La megacadena corporativa de la manipulación informacional ha logrado destilar, entre otros ejemplos, la idea del fin de ciclo del gobierno popular kirchnerista (propiciado por la imposibilidad de reelección de la presidenta saliente, semejante a otros procesos latinoamericanos) y que ser beneficiador de derechos o de tal o tal política pública significaba de alguna forma ser cómplice de la política ilegitima o corrupta del gobierno de turno. Mientras operaba un desgaste informacional constante de los símbolos y debilidades de la fuerza política saliente, implementó una campaña comunicacional promotora de un proyecto electoral neoliberal, basada en una gramática de no-confrontación y de “unión nacional” más allá de las tradicionales líneas divisorias, de psicología positiva y de marketing político “deslactosado” (como diría García Linera), en el cual la colonialidad subjetiva de uno podía dejarse entregar a este imaginario seductor “post-político” (mercado ordenador, pobreza cero, gobierno eficiente y cooperativo, dilución de las ideologías y de los poderes reales, primacía del esfuerzo individual). Este flujo comunicacional tuvo una extensa receptividad en los sectores de clase media y popular, muchas veces subpolitizados y vulnerables, ubicados en los nuevos sectores urbanos y en la población rural rentista, donde la clase media creció extremadamente rápidamente si lo comparamos a nivel continental. Sin embargo, el panorama electoral – como el de otros países de la región – demuestra que esta dominación mediática esta lejos de alinear automáticamente la fábrica de opinión pública que se intensifica en las carreras electorales. Es evidente que condiciona, erosiona, viola y conspira. Pero en muchas geografías emergentes, existe ahora una consciencia más crítica y lúcida de la ciudadanía, que ha ilustrado una mayor capacidad de lectura abarcativa de la realidad y una adhesión relativa al mensaje de los grandes medios. Los grandes medios tienen cañones mediáticos, pero van perdiendo terrenos y audiencias.
El eje comunicacional abre también un ángulo privilegiado para analizar los desaciertos y los nuevos desafíos del movimiento democrático y popular derrotado en esta bisagra electoral. La comunicación política es ante todo un modo de relacionarse y de elaborar un imaginario movilizador con y para la sociedad. Aún sabiendo la naturaleza del aparato político opositor y sus nuevas ofensivas a escala continental, el discurso electoral concebido desde el oficialismo se ha fijado sobre todo en una postura de defensa de lo logrado, sin proyecciones ambiciosas hacia el futuro, con una apuesta implícita sobre el peso electoral de lo realizado durante la gestión. En muchos lugares, la militancia política ha subestimado la volatilidad de las clases medias y populares, el nuevo perfil de sus demandas, sin desarrollar un proceso activo de relegitimación de su proyecto, con apertura y una comunicación social más horizontal y rizomática. De hecho, un inédito proceso de movilización espontánea y auto-convocada ha surgido a partir de la primera vuelta electoral del 25 de octubre para ocupar un espacio conversacional vacante en la defensa del proyecto político. Sabemos que frente a una superestructura neoliberal en proceso de “destitución y evolución permanente”, los proyectos democráticos y populares no tienen otra salida que cuidar sus fuertes liderazgos, profundizar su proyecto hacia adentro y afuera y garantizar su viabilidad económica. Tal es así que el anacronismo de las estructuras políticas y los estancamientos arriesgan sin piedad de convertirse en retrocesos.
No es una casualidad que muchos comunicadores organizados y sectores culturalmente dinámicos en Argentina se sienten ahora apelado a jugar un papel activo en los tiempos complejos que vienen. Varios círculos y espacios comunicacionales (Coalición por una radiodifusión democrática, Comunicadores de Argentina, Red de comunicadores del MERCOSUR, sindicatos de periodistas y trabajadores de prensa y muchos más) se han reactivado en busca de defender los derechos, acumular análisis y formarse para los tiempos de reconfiguración y resistencia. Varios ejes nos parecen estratégicos para trabajar en este sentido:
Revisar las concepciones y consolidar una nueva inteligencia comunicacional con miras a la profundización de los procesos populares y democráticos y de su transición; varios análisis han surgido sobre las complejidades socio-psico-culturales de los regímenes progresistas en Venezuela, Brasil, Argentina y Ecuador, pero faltan todavía mayores acumulaciones y síntesis de las experiencias recientes. Aún más cuando las herramientas comunicacionales de los poderes concentrados se han ampliado, es imprescindible reflexionar y actualizar un referencial analítico.
Politizar la comunicación social y popular y nutrirla de nuevas metodologías; si bien la lucha por la democratización de la palabra ha abierto un nuevo horizonte político emancipador, la comunicación militante remite todavía a “reflejos instrumentales” y sigue cobrando muchas veces una dimensión accesoria en los espacios políticos, sin conectarse naturalmente con las prácticas orgánicas de los movimientos. Puede ser inclusive relegada a una comunicación de carácter vertical e institucional propias de los espacios de gestión gubernamental. Sin negar la necesidad de una comunicación institucional de este tipo, se requiere incorporar mucho más orgánicamente las prácticas de una comunicación social, soberana y popular en los distintos niveles de organización política. Comunicar es una acción combinada que quiere a la vez escuchar, conversar, organizar, batallar culturalmente, empoderar, transformar subjetividades individuales y colectivas, lo cual conlleva a menudo una transgresión de las formas organizativas existentes.
Acompañar el esfuerzo de resistencia, de defensa de los derechos y de disputa de hegemonía política; frente a las ofensivas autoritarias, ya se expresan preocupaciones para proteger, segurizar y viabilizar los proyectos de los medios críticos e independientes. Los poderes concentrados no van a parar las agresiones bajo impunidad mediática para desfinanciar los medios libres e independientes, dividir el campo popular y erosionar la potente narrativa emancipadora de estos últimos años. Por lo tanto, es necesario mantener viva la historia, contribuir en la consolidación de unidad política, y disputar la agenda política a la luz de lo que han logrado instalar los sectores populares. Si es imposible reequilibrar una correlación de fuerza en el ámbito mediático tradicional, la oportunidad se sitúa sobre todo en el campo de la acción política, de la organización social y popular. Muchos territorios siguen ganados y necesitan ser potenciados en su proyecto político.
Construir amplias alianzas, de lo local a lo regional, para enfrentar el nuevo Plan Cóndor mediático implementado por los centros de poderes geopolíticos y financieros; hay una estrategia planificada y actualizada de desestabilización política en toda la región latinoamericana, con un frente táctico en lo judicial-mediático-económico. Esta suerte de plan Cóndor 2.0 manifiesta el desgaste de las estrategias imperialistas convencionales y vemos a escala mundial que traslada su centro de gravedad en el campo mediático y la influencia de la opinión pública. No es un tema nuevo, pero la intensidad, el grado de articulación y las formas evolucionan. Frente a esto, debemos hacer converger los medios de comunicación democráticos – todavía muy segmentados y no naturalmente interconectados entre sí – para diseñar una estrategia colectiva de confrontación mediática y de profundización de los proyectos populares.