El dilema del consenso para el cambio en el Foro Social Mundial

Foto: Ole Peterson

El Foro Social Mundial se creó para no distinguir quién decide de quién participa. Hay una Carta, en una tesis inteligente, que ha protegido el proceso hasta hoy de transformar algo que es de todos en un movimiento de unos pocos. El límite de la participación lo define básicamente la posición antineoliberal. Si hay dudas de estar en contra, no vengas al FSM. Además, el FSM te da el espacio en los eventos, para participar, organizar los tuyos o articularte con otros dentro de él, con algún aporte simbólico. Esta agenda centralizada de eventos está definida por un Consejo Internacional que anuncia el foro centralizado cada dos años y crea reglas para su propia expansión o renovación. En teoría, las decisiones se detienen ahí. No avanzan al campo de las posiciones políticas en nombre del proceso ni siquiera del propio consejo.

En septiembre de 2022, el Consejo Internacional realizará un seminario en Túnez para discutir precisamente esto: ¿cómo influir en la dirección de la escena global si nadie sabe dónde o dónde el FSM reúne fuerzas para influir? ¿Y cómo traduce sus advertencias a la sociedad?

Ya ha habido situaciones en las que todos los miembros del Consejo, sin excepción, coincidieron en que era necesario tomar una posición. Ejemplos de motivos brasileños fueron el golpe de estado contra Dilma Rousseff en 2016 y el asesinato de Marielle en 2018. Pero algunos miembros no estuvieron de acuerdo con la emisión de documentos en nombre de la reunión, invocando la Carta de Principios. Quien quisiera, los ficharía como organización.

Con las suscripciones individuales, estos documentos perdieron su relevancia porque no formaban parte del Consejo Internacional del FSM, como sujeto político colectivo. Tales situaciones dejaron en claro que siempre habrá alguien con la posibilidad de detener las tendencias de toma de decisiones conjuntas. Y el veto es lo que utiliza Estados Unidos en el Consejo de Seguridad de la ONU para no acabar con el apartheid impuesto por Israel al pueblo palestino. El veto es el poder de unos pocos para decidir por todos, lo contrario de lo que propugna la Carta de Principios. Y nadie en el FSM quiere ser el censor de la voz política de un proceso.

Habrá que buscar soluciones para proteger la regla del consenso, uno de los fundamentos del FSM, sin confundirlo con la unanimidad, de lo contrario el propio FSM, a través de sus miembros, se denunciará a sí mismo. Francine Mestrum, miembro activo del grupo y del Consejo, ya ha escrito un artículo en cuatro idiomas describiendo el foro como un cadáver de la sociedad civil. Ella admite solo alguna esperanza de que el estado cercano a la muerte se revierta con cambios en el proceso a partir del debate con otras voces políticas y sociales.

También está impaciente uno de los fundadores del FSM, Oded Grajew, que ve en la encrucijada sólo dos caminos posibles: o el FSM pasa a actuar como un sujeto político que toma decisiones para todos o preserva la horizontalidad -que históricamente defiende- de espacio de movimiento. En su opinión, el Consejo debe decidir entre las dos direcciones, y pronto. Para no embalsar aún más un proceso que se viene reproduciendo desde hace más de 20 años, con o sin el Consejo Internacional.

Como dice la banda brasileña Titãs, a pesar de todas las dolencias, “el pulso todavía late”, pero necesita oxígeno. En 20 años, el mundo de hoy no es el futuro abogado que era en 2001. Y dado el empeoramiento de la agresión global y los tiempos de los foros públicos de Internet, es un desafío influir en los cambios cuando ni siquiera los procesos de toma de decisiones del FSM son suficientemente públicos, compartidos, entendidos o aceptados.

Propuestas como la del sociólogo Boaventura Souza Santos, de rotar el Consejo, la mitad de los cuales son organizaciones externas, es buena por un lado, porque requiere buscar aquellas organizaciones que actualmente son indiferentes al proceso. También coincido con él en la sugerencia pedagógica de explicar posiciones divergentes en la toma de decisiones. Pero la propuesta de Boaventura aún tiene el problema de organizar el Foro como una asamblea que dirija la participación en el evento, dado que el FSM ha reunido históricamente miles de actividades independientes, muchas organizadas por diferentes culturas y formatos políticos. ¿Cómo canalizar toda esta energía si no hay adherencia al modelo propuesto? Por los detalles de la propuesta, que incluye la elección de una pareja protagónica en cada momento, es difícil reconocer el foro que impone el encuentro de la diversidad de voces y luchas.

Solo las 18 declaraciones leídas en la Asamblea Final del FSM 2022 en México traen al menos tres veces más manifestaciones y llamados urgentes que el Consejo tendría que aceptar y firmar a continuación – De los derechos de las personas a los derechos del planeta. Muchas experiencias de ensambladores ya no han logrado volver a documentos en los que debe caber todo, pero que acaban sirviendo sólo para el registro, sin eficacia. Para establecer estrategias de incidencia que comprometan el proceso en acciones globales, será necesario renegociar en el Consejo Internacional lo que es un consenso, hoy, confundido con unanimidad.

El Consejo creó un grupo para proponer alternativas antes del seminario de Túnez. Su trabajo es en sí mismo la primera prueba de la posibilidad de consenso, ya que deberá analizar propuestas divergentes y proponer soluciones comunes.

Donde quiera que vaya este trabajo, algunos problemas necesitan ser superados o quedarán camuflados después de Túnez, y uno de ellos es precisamente el modus operandi poco transparente de CI. Debieron registrarse posiciones minoritarias contrarias a una propuesta de amplia adhesión y todo debió haberse hecho público, preservando sólo situaciones sensibles a la exposición política. La transparencia ayudaría al FSM a comprender mejor y lidiar con sus obstáculos.

Otro problema con las prácticas actuales es el desvío de decisiones urgentes hacia una recolección de firmas y consultas, que generalmente no conducen a nada y anulan el propósito de una manifestación del Consejo. Bastaría una página pública de asistencia y un documento resultante de esa reunión no necesitaría firmas, pero sí la nota de reservas o eventuales desacuerdos.

Esto plantea otra cuestión sobre las decisiones públicas. Envía la Carta de Principios del FSM que nadie puede hablar en nombre del foro. Suponiendo que la Carta no sea manipulada, corresponderá al grupo de trabajo aclarar que hablar en nombre del FSM es diferente de hablar en nombre de una reunión del Consejo Internacional del FSM. No tiene el más mínimo sentido impedir que el Consejo exprese lo que ha decidido e informe cómo produjo sus decisiones en este proceso.

Finalmente, es necesario recordar que el Consejo Internacional no puede reemplazar al FSM como un espacio de debate amplio, incluyente, movilizador y articulado entre organizaciones y movimientos interesados ​​en un determinado tema o acción. Nada en el CI debe dar sus frutos sin las correspondientes movilizaciones en eventos centralizados. Se trata de la legitimidad de las propuestas, ya que están dirigidas a comprometer y producir acciones.

Hay formas para que el FSM construya su influencia, liberando al propio Consejo de la censura y la cristalización. Sólo no es prescindible la legitimidad de las luchas sociales, el alimento que sustenta los cambios y las decisiones. Como dice un dicho brasileño, en casa donde no hay pan, todos gritan y nadie tiene la razón.

Si Túnez no abre el camino a la incidencia política, a pesar de ser un problema grave, no decretará la muerte del FSM, que probablemente resistirá el vaticinio. Pero vale la pena considerar, con el apoyo del propio Consejo pero desconectado de sus limitaciones, la prueba de un foro puntual alternativo, con métodos diferenciados, como un laboratorio político y social, que pueda demostrar si otro FSM es posible y de hecho más adecuado para movilizar y expresar a quienes luchan por otro mundo posible.

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