Bienvenidos a la capital del cine africano. El barrio de Idumota, en Lagos (Nigeria), da vida a una artesanal y floreciente industria cinematográfica cuyas películas se extienden en video por todo el mundo. Más de 7.000 títulos realizados en 13 años de vida colocan a la incipiente industria nigeriana sólo por debajo de Los Ángeles y Bombay.
Como si fuera un policía armado, Don Chikezie se abre paso entre la multitud que fluye a mediodía por el mercado de Idumota, en Lagos. Hoy no ha cogido su coche, así que ha tenido que conseguir un taxi para venir al trabajo. Hasta tres taxistas le han dicho que no. “¿Idumota? No, ese sitio es demasiado peligroso”. Sólo un cuarto se ha atrevido a dejarlo a la entrada del distrito, así que Don tiene que recorrer unos dos kilómetros hasta llegar a su productora. “Lo malo de este lugar son los area boys que controlan la zona. Son chicos de la calle que suelen ir fumados y quieren una parte del pastel de tu negocio. Si se hace dinero aquí, ellos tienen que llevarse algo, a no ser que quieras tener problemas”, explica. Sin pararse, Don entra en un edificio lleno de carteles de cine, sube unas escaleras y muestra a unos chicos que se afanan en poner carátulas al último éxito de la productora. “¡Esto es Nollywood, señores: la industria cinematográfica nigeriana del vídeo casero! ¡Aquí hacemos dinero!”, dice pomposamente.
Pues sí, esto es Nollywood, o al menos una parte de él, aunque no hay ningún cartel con grandes letras blancas que lo anuncie, sino un laberinto de galerías con tiendas idénticas donde se producen y venden miles de títulos cada día. Hace 13 años, los productores, en su origen meros vendedores de aparatos electrónicos, empezaron a hacer películas para ofrecer un extra a los productos que vendían. Ponían el dinero, compraban una historia, contrataban a los actores, filmaban la película, y luego la empaquetaban y la vendían ellos mismos. Desde entonces, esta incipiente industria cinematográfica ha filmado 7.000 películas de vídeo, que la colocan justo después de Hollywood, en Los Ángeles, y Bollywood, en Bombay. Sólo trabajan el VHS, pero hacen películas. De dos horas de duración; de acción y romance, épicas e históricas. Normalmente están filmadas en inglés, pero también en las lenguas de las tribus mayoritarias de Nigeria: la de los ibos, en el sureste del país; la de los yorubas, en el oeste, y la de los hausas, en el norte.
Lejos de Idumota, en las inmediaciones del estadio Nacional, el restaurante O’Jez acoge a la otra tribu de la industria, la de los actores. Es la otra cara de Nollywood, la del glamour y las estrellas, la de los cotilleos y las discusiones sobre los contratos. No cobran mucho -cerca del millón de nairas por película los mejor pagados de 2004- ni brillan demasiado en el cielo encapotado de Lagos, pero están ahí y se comportan como estrellas. Las actrices visten ropas elegantes a la moda occidental, y algunos actores llevan gorras ladeadas, joyas, Rolex falsos o cualquier otro elemento que los haga distinguirse de la multitud. En torno de una mesa, cuatro actores comentan las últimas declaraciones de la actriz Clarion Chukwurah a una revista en la que confiesa que su matrimonio con un millonario fue un error. Los actores debaten con afectación, casi como si los estuvieran rodando, si se casó por dinero o por amor. Los cuatro hombres llegaron solos al restaurante. Tres horas más tarde salen acompañados por cuatro jóvenes a las que acaban de conocer.
En sólo 13 años, Nollywood ha calcado los modelos de la industria estadounidense incorporando su propia idiosincrasia, es decir, temas autóctonos contados con un presupuesto ínfimo. Las últimas y escasas cifras proporcionadas por el Censo Nacional de Películas, un órgano del Gobierno nigeriano, hablan de una media de 1.200 películas anuales. Entre todas cuestan casi 3.400 millones de nairas (la moneda local, que equivale a una antigua peseta), unos 20 millones de euros; es decir, el presupuesto de una sola película española. “Esto es un nuevo concepto de cine”, asegura Don en su comercio de Idumota. “Hacemos las películas con poco dinero, 8 o 10 millones de nairas. Es más rápido y accesible. Si no las quieres comprar en una de nuestras tiendas por 250 o 300 nairas, las puedes alquilar por 50”.
Hacer una película dentro de la industria es sencillo: una cámara, un grupo de actores, una iglesia o una casa que se ha tomado prestada a un amigo, y ¡acción! Tan carente de medios es la industria de Nollywood que, por no tener, ni siquiera tiene salas. La mayoría de los cines se cerraron a finales de los años ochenta y principios de los noventa porque su oscuridad constituía un oasis para la criminalidad, y ya sólo existen en el norte, la zona musulmana del país, donde se pueden ver colas de personas cada lunes para ver los estrenos de la semana.
Pero la fórmula está funcionando. No sólo en Nigeria, donde, según un estudio realizado por el Canal Internacional de Francia, el 65% de sus 150 millones de personas dispone de un vídeo o puede acceder a los que hay instalados en los cibercafés, los auténticos cines nigerianos. El mercado de Nollywood se extiende por toda África y llega hasta las tiendas del Reino Unido y Estados Unidos, donde la cada vez más numerosa colonia nigeriana compra las películas para ofrecerles a sus hijos nacidos fuera del país una muestra de la cultura africana. Millones de personas en todo el continente africano consumen cada día miles de películas de Nollywood, con casos como el de Níger, país francófono, donde, aunque no entiendan ni una palabra de lo que dicen los actores nigerianos, siguen las historias como si fueran propias.
“Ahí reside el secreto de Nollywood”, comenta Afolabi O. Olusegun, otro de los productores vendedores de películas que también hace negocio en Idumota. “Todo esto es una vuelta al cine tradicional. Hacemos películas con muy poco. El sonido a veces no es bueno porque el ruido de los generadores de luz ahoga las voces de los personajes, pero quizá ahí esté el éxito. No hay apenas efectos especiales, todo se hace con lo más barato, y por eso la gente se identifica con nuestro cine porque ve su vida cotidiana metida”.
“Es el nuevo socialrealismo africano”, asegura Afolabi Adesanya, realizador y director general de la Corporación de Cine Nigeriano, un órgano del gobierno creado en 1979 para proteger y apoyar al cine mucho antes de que existiera el fenómeno de Nollywood. “Lo más importante de estas películas es que cuentan nuestras historias, pero sin el toque intelectual que tenían las de los directores nigerianos de los sesenta en celuloide. Tenían siempre pretensiones artísticas y de reivindicación de la cultura africana. Ahora es sólo un negocio, pero lo tenemos que proteger porque se ha convertido en una industria con 300.000 puestos de trabajo”.
Desde una óptica occidental, ese nuevo socialrealismo africano resulta a veces surrealista. Hace poco, el Centro Cultural Francés en Abuja, la capital de Nigeria, organizó un homenaje a la industria. El acto sirvió para presentar un libro sobre Nollywood y proyectar una de las películas más famosas: Thunderbolt (El rayo, 2001). La cinta cuenta la historia de Ngozi, una joven de etnia ibo criada en una familia yoruba que trabaja como profesora en la escuela de una ciudad situada al oeste de Nigeria. Ngozi tiene problemas. No sabe por qué, de un tiempo a esta parte el apetito sexual de su marido yoruba ha desaparecido. Ella le da cervezas para entonarlo y otros remedios caseros, pero no sirven de nada. Un día, en el mercado, un viejo santero la mira a los ojos y le cuenta que es víctima de una maldición. Ngozi va con su tía a un oráculo y éste descubre qué es lo que ocurre. “Tienes el magoun”, le dice. “¿Conoces el sida?, pues el magoun es peor porque te mata en menos de nueve semanas, como un rayo. Tu marido no hace el amor contigo porque sabe que hay algo raro dentro de ti. Podría morir rápidamente después de acostarse contigo. Si me das 60.000 nairas te lo quito”. Ngozi no tiene dinero y no cree en esos cuentos, pero su tía la convence de que tienen que hacer algo y piden ayuda a sus familiares. El oráculo y otros dos santeros determinan que la única forma de quitar el magoun es observar qué es lo que le ocurre al hombre después del acto sexual. Y para ello tienen que estar presentes. El marido de Ngozi accede a acostarse con su mujer en presencia de los curanderos, pero se raja en el último momento. Entonces, Ngozi, que en ese momento de la película ya está desesperada, trata de convencer a un médico que la pretende. Le cuenta su problema, y el médico, educado en el extranjero, se ríe de ella. Aun así accede, siempre que todo se haga en su hospital y ante la presencia de otros médicos. A partir de aquí, la historia parece que va a terminar con el triunfo de la medicina tradicional sobre la de los curanderos. Pues no. Después de acabar con Ngozi, el médico empieza a sentirse mal y a vomitar sangre. “Es el magoun”, dicen los curanderos, que consiguen salvar al médico antes de que se desangre. Moraleja: esto es África, señores. La realidad es distinta a la de Europa o los Estados Unidos, y lo que ustedes usan allí no siempre sirve aquí. Surrealista. Pero la película, del director Tunde Kelani, está bien contada. El sonido es bueno, el guión presenta una historia bien trenzada y los secundarios le ponen la nota de humor a la cinta. Kelani, que estudió en Londres, maneja la técnica cinematográfica. La historia es interesante porque muestra los choques de culturas, la occidental con la africana y la ibo con la yoruba. Cine en vídeo. “Yo soy de la vieja escuela. Hacíamos películas en celuloide y tratábamos de aprender continuamente nuevas técnicas para mejorar. Pero era carísimo”, afirma Kelani, quien asegura haber gastado ya siete generadores de luz en toda su vida como director para luchar contra los continuos cortes de luz con los que la empresa pública NEPA (National Electrical Power Authority, más conocida en el país como Never Expect Power Always) somete a los nigerianos. “Cuando la industria empezó me di cuenta de que el soporte no importaba tanto como lo que quisieras contar”, comenta Kelani.
Thunderbolt pertenece al género de películas tradicionales de Nollywood, normalmente rodadas lejos de las grandes ciudades y que plantean temas del África profunda como el yuyu o las maldiciones. Pero es sólo una parte de la industria, que suele girar en torno de tres temas que muestran siempre la lucha entre el bien y el mal, Dios y Satán: amor, sangre y dinero. Pierre Barrot, coordinador de libro Nollywood. Le phènoméne vidéo au Nigeria (Nollywood. El fenómeno del vídeo en Nigeria), uno de los pocos que existen sobre la industria, considera que en esas manifestaciones culturales reside el éxito de Nollywood: “La mayoría de las películas muestra la verdad de la sociedad nigeriana. Sea mala o buena. En Francia, por ejemplo, no haríamos películas sobre la guerra de las colonias. Pensamos que esto puede no gustarle a la gente. En Congo, Burkina Faso, Camerún o Sudáfrica se ven las películas nigerianas porque millones de personas se sienten atraídas por ese mundo de gánsteres, de mujeres llorando y gritando, la violencia…”.
El Censo Nacional de Películas Nigerianas controla lo que se filma, y cataloga las películas de la industria con un 18, que restringe la visión de las copias a los menores de edad. En 2002 y 2003, el órgano gubernamental sólo consideró aptas para todos los públicos 219 películas de las 2.248 que se hicieron en esos dos años. En el mismo periodo, ni una sola película fue catalogada con el sello de apta para niños. “Una cinta con la palabra prostituta en el guión significa inmediatamente que no está autorizada para menores de 18 años”, explica Pierre Barrot. “Eso haría pensar que la censura es muy fuerte en Nigeria; sin embargo, la realidad es que las televisiones hacen lo que les da la gana y emiten las películas sin ningún tipo de restricciones”. Donde sí hay más restricciones es en el norte del país, la zona de la etnia hausa, de religión islámica. El 30% de las películas de Nollywood se hacen allí, y pasan por otro órgano de control que censura las películas atendiendo a la ley islámica o sharia.
Nollywood está de moda, y el centro cultural del consulado norteamericano ha preparado una alfombra roja para recibir a las estrellas de la industria. El ambiente del restaurante O’Jez se ha trasplantado a esta pasarela de celebridades, pero hoy las cámaras están presentes, y los actores, sin perder su afectación, se ponen serios para hablar ante las cámaras de televisión y explicar los problemas de la industria.
Zack Orji es uno de los más populares. El actor, de gran envergadura y con una perenne sonrisa hollywoodiense, es un admirador de Clint Eastwood, Gene Hackman y Sidney Poitier, y ha hecho sus propias películas. Para él -y en eso están de acuerdo todos los actores, directores y productores de la industria-, el principal problema de Nollywood es la distribución. “Es el gran mercado de la piratería. Sabemos que lo que hacemos es copiado mil veces y que se distribuye en otros países sin que nosotros recibamos todo lo que deberíamos”.
“La persona que quisiese sacar una película del país debería llevar un permiso gubernamental. Ésa es una idea en la que se está trabajando ahora para combatir de alguna forma la piratería”, señala Paul Obezale, otro famoso actor de Nollywood. Ambos citan a Olu Jacobs como una referencia a la hora de interpretar. Este actor, de 63 años, es el gran abuelo de Nollywood, un tipo experto rodado en las tablas inglesas durante 20 años que regresó a Nigeria en 1985 para enseñar lo que sabía. “Yo trato de aportar lo que sé. Todavía queda mucho por aprender, a veces los actores sobreactuamos demasiado. Yo intento enseñarles a hablar, a moverse en la escena. Pero aún estamos empezando. Pronto se verán los resultados”, asegura.
El futuro de Nollywood pasa por vencer a la piratería; consolidar su mercado africano, cada vez más en alza, y dar a conocer el fenómeno en los festivales europeos. De todas formas, los realizadores insisten en la necesidad de mejorar la calidad de los trabajos y en mantener un equilibrio entre las pretensiones artísticas y las comerciales. En una jungla de 1.200 películas, donde abundan los plagios, los remakes y las segundas, terceras y cuartas partes, es difícil seleccionar lo que merece ser visto. “No podemos olvidar que hacer una película es contar una historia de la mejor forma posible. La realidad de Nollywood es que se hacen demasiadas películas, y a veces tienes la sensación de que, vista una, vistas todas”, comenta Don Pedro Obasaki, uno de los directores más reconocidos de la industria, que suele restringir su creatividad a una sola película al año, normalmente de temas épicos y nativos. “Yo vengo del gueto”, asegura Don Pedro, y eso te da más recursos a la hora de contar una historia”.
Nigeria, el gran país del África occidental que compite con Sudáfrica por ocupar el papel de potencia en el continente, es el sexto productor mundial de petróleo y el segundo con más reservas de gas natural. La especialización en el sector petrolero, que representa el 95% de sus exportaciones, ha impedido durante muchos años el desarrollo de cualquier otra industria y ha favorecido la corrupción de la clase dirigente, mientras la población sigue viviendo en la pobreza abyecta (el 70% de las personas se las apaña con menos de un dólar al día), en un territorio marcado por los enfrentamientos étnicos y la criminalidad que se vive en las grandes ciudades como Lagos, con más de 13 millones de habitantes. ¿Cómo es posible que en un país con tantos problemas se produzcan tantas películas? La razón puede estar en el hecho mismo de ser tan conflictivos. Como dice el director Don Pedro Obasaki, sentencioso: “No hay nada como la frustración para gritar: ¡acción!”.
La fuente: el autor es periodista del periódico español El País.