Francisco Louçã – La banalización del término populista estorba más que ayuda a la claridad del análisis. Es un batiburrillo: Jimmy Carter se decía populista y Salvini también. En cualquier caso, populista ha pasado a ser una designación del enemigo, identificando algunos estilos más de la política (Mussolini, Ghandi, Perón, Samora, Sanders o Trump entrarían todos en esa categoría). De esta manera, es una mixtificación, por otro lado, intencionada, que presenta el centro o la derecha como único lugar de respeto, el del liberalismo. En esa narrativa, todo lo que queda fuera de la frontera institucional es populista. Por más incompleto que sea esta explicación (los populistas europeos nacieron en la solemne derecha clásica de ayer; Orban era el protegido de Kohl; la Liga de Salvini estuvo en el gobierno con Berlusconi; Merkel y Macron pagan a Erdogan para que detenga emigrantes), es un arma de enorme confusión.
Añado incluso que el populismo es una máquina social al servicio de la derecha. Y, en concreto, que el único populismo verdaderamente triunfante fue el fascismo. Tuvo una base de masas, una idea de liderazgo, un enemigo social, un lenguaje y una forma de política. Ya lo conocemos, ahora es el riesgo brasileño.
Bolsonaro, un fascista aun sin fascismo
Bolsonaro puede ganar la segunda vuelta de las elecciones presidenciales a poco que amplíe la base de odio -y los partidos y los mensajeros del centro van a favorecerlo, después del colapso histórico que los marginalizó.
Pero Bolsonaro tiene dos problemas importantes si triunfa. Primero, es un fascista en una sociedad que solo se ha vuelto fascista hace muy poco. Todavía puede ganar, el torbellino del odio cabalga deprisa. Personas amenazadas en la calle por milicianos, diputados elegidos por haber destruido un homenaje a Marielle, asesinada hace pocos meses, violencia religiosa como norma política, todo eso es fascismo al acecho. Pero falta mucho, falta el poder absoluto, la censura de prensa, la prohibición de los partidos, el mazazo antiobrero, la represión de las universidades, el endiosamiento del jefe. Bolsonaro quiere todo eso pero solo puede conseguirlo con la fuerza de los militares. Pero si cree que los generales aceptan el poder de un capitán de feria que en treinta años de paisano como diputado solo firmó dos leyes, está equivocado. De él, quieren el mandato constitucional pero si el poder necesita a los militares, los militares mandarán. Golpe dentro del golpe o simple juego de poder, serán los militares y no los matones quienes manden si gana Bolsonaro.
Un gobierno de este jaez aún supone otra implicación. Necesita provocar una conmoción. Un gobierno populista-fascista necesita enemigos y olor a pólvora. Una ataque a Venezuela podría ser posible en una estrategia de la coalición militar-bolsonarista. Sería el objetivo obvio con la ventaja de crear un vínculo con Washington. En un régimen en descomposición como el brasileño, un fascista solo se impone a golpes de teatro y de cañón.
¿Puede vencerse el populismo?
Pero se está disputando la segunda vuelta y, si Haddad fuera capaz de lo más difícil, movilizar a los millones de pobres que no fueron a votar, aún podría dar un golpe de mano. Además, tiene una enorme fuerza social: la burguesía brasileña es patrimonialista, oligárquica y esclavista, no duda entre la democracia y cualquier forma de autoritarismo si cree que así defiende la extrema desigualdad y por eso mismo, peligrosamente evidente. Para los dueños de Brasil, pobre en la universidad es sacrilegio, empleada del hogar con salario mínimo es afrenta, respeto a las personas es osadía. El alineamiento de esta élite es una ley de la naturaleza y quienes aún se espantan con la victoria de Hitler en la patria de Beethoven y Bach no han percibido la realidad de la vida: en tiempos de crisis quienes mandan siempre recurren a la fuerza bruta para imponer el silencio.
Aún hay más en el mundo populista. El tiempo brasileño, y no solo por allí, han promovido un tipo de consejeros burócratas (NdT. Acácio, personaje de la novela de Eçá de Queiros, El primo Basilio), oportunistas que navegan entre los favores y que aprendieron que el poder se alcanza con el miedo. La forma ideal de su campaña es el fervor, la intriga, la corrupción del debate electoral y la política sucia en las redes sociales. Como ya lo han hecho en nuestra cara, la política ha cambiado con Modi, Duterte, Trump y Salvini, ahora va seguir cambiando con Bolsonaro.
Con esta tecnología la política va a perder siempre. Las redes de modernidad eran los sindicatos, el partido y la conversación o la mediación de la comunicación social, ahora las redes se alimentan del miedo y son flujos irremediables, portadores de nuevas formas contaminación. No hay vuelta atrás y más vale que la izquierda se prepare pero no será hoy. Por eso, solo hay una alternativa para hacer frente al fascismo bolsonarista: llevar la alegría a la calle. Solo se le puede ganar con la alegría y el color del pueblo, es ahí donde radica la confianza que falta. Como es necesario abrir una nueva página, entonces más vale romper con el pasado y buscar esa confianza. Aún puede llegar ese olorcillo a romero que tanta falta le hace a Brasil.
Artículo publicado en el periódico Expresso
Traducción viento sur