De la mano de la tibieza veraniega europea renace la cultura presencial. Despacito, se sale de la modorra de meses pandémicos. Los grandes festivales de cine también despiertan tratando de recuperar terreno. La gente tiene ganas de volver a las salas. El certificado COVID y los barbijos, sin embargo, parecen ser la llave hacia la aún frágil normalidad.
El miércoles 4 de agosto, el Festival Internacional de Cine de Locarno pegó el pistolazo de arranque. La más internacional de las muestras suizas, que juega siempre en la Liga de Campeones del cine continental (junto con Venecia, Cannes, Berlín, San Sebastián) abrió su 74 edición que se realiza del 4 al 14 de agosto.
Y con ella, la mítica Piazza Grande (Plaza Grande), con su pantalla gigante de 26 x 14 metros cuadrados y, en la actualidad, sus casi 6 mil sillas, lo que lo confirman como uno de los mayores open air del continente.
Hay que regresar al 17 de agosto del 2019, es decir casi dos años atrás, para encontrarse con el mismo escenario. Desde entonces, Locarno se vio obligado a mediatizarse con una edición desdibujada en el 2020, sin público y solo con existencia digital.
Bajo el signo de “Festival seguro”, Locarno 2021 exige el pasaporte COVID en sus dos grandes recintos que pueden acoger más de mil espectadores – la Piazza Grande y el Cine FEVI— e impone la distancia social y el uso de mascarilla en la otra casi decena de salas distribuidas en toda la ciudad. Exigencias que, según el cálculo de los organizadores, significará, al mínimo, un 30% de espectadores menos que en la las ediciones “normales”, que pueden oscilar con unos 150 mil a 170 mil billetes vendidos.
Y a pesar del renacimiento locarnés –con una abundante oferta fílmica—muchas de las infraestructuras y actividades extras, desde las mismas salas de prensa hasta la Rotonda Festiva, aparecen hoy reducidas a su mínima expresión. Un festival que se programa con un año de anticipación paga así el precio a la incertidumbre pandémica: hace apenas tres o cuatro meses nadie podía asegurar a ciencia cierta que esta 74 edición podría llevarse a cabo.
Más de 200 películas
Esta edición del Festival de Locarno ofrece un verdadero diluvio fílmico, tan intenso como el que azotó a la Plaza Grande durante la función de la noche del sábado 7 de agosto. Presenta 209 films de unos 70 países, de los cuales 97 son estrenos mundiales y 8 estrenos suizos.
La columna vertebral de este año: la producciones o coproducciones italianas (56); francesas (43); suizas (36) y estadounidenses (26).
A diferencia de ediciones anteriores, América Latina no existe en la competición internacional y en las proyecciones de la Plaza Grande y apenas representada, con solo una decena de obras, en las otras sesiones.
España y Portugal, por su parte, cuentan también con una magra delegación cinematográfica con apenas ocho cintas en total. El toque sudamericano se cuela en las proyecciones nocturnas de la Plaza con Vortex, coproducción de Francia, Bélgica y Mónaco del destacado realizador argentino Gaspar Noé quien reside en Francia dese hace 46 años.
En la competición Cineastas del Presente, la segunda más cotizada del festival, tres películas tienen un acento latinoamericano. La joya de ficción social Mis hermanos sueñan despiertos, de la realizadora mapuche chilena Claudia Huaiquimilla. La mexicana Mostro, de José Pablo Escamilla. Así como Zahorí, una coproducción argentino-chilena-suiza-francesa, filmada en la Patagonia y dirigida por la suiza Mari Alessandrini, quien ganara con su film una residencia en Cannes y el Pardo 2020 de Locarno en la sesión Después de Mañana, dedicada a promover proyectos cinematográficos en construcción.
En representación de América Latina, de una selección de cerca de 25 cortometrajes, disputan el trofeo Pardi di domani (Leopardos de Mañana): A Máquina Infernal, del brasilero Francis Vogner Dos Reis; Atrapaluz, coproducción de Costa Rica y México del director Kim Torres; y Criatura, de la cineasta argentina María Silvia Esteve coproducida con el apoyo de Suiza.
Debate de fondo
Beckett, del director italiano Ferdinando Cito Filomarino, film de acción que inauguró el Festival de Locarno en la Piazza Grande el pasado 4 de agosto, constituyó una apuesta arriesgada de Giona Nazzaro, el nuevo director de la muestra locarnesa.
A partir de mediados de agosto Netflix la lanza a nivel mundial contando con la propiedad para su distribución.
Como lo subrayaban numerosos analistas, la inclusión de películas producidas por plataformas de streaming en festivales de prestigio continúa a ser, no solo un tabú, sino también un complejo tema de debate. Grandes muestras, como Cannes, hasta ahora, se han opuesto por principio, a una oferta de este tipo. Locarno da un paso adelante, acepta el desafío que impone la mundialización del arte visual digitalizado y toma partido favorable a este tipo de iniciativa.
Las apuestas de Locarno sobrepasan lo fílmico y se instalan en la misma esencia de la muestra. Pretende avanzar a paso rápido hacia un festival cada vez más verde. En abril, publicó un Balance de Durabilidad, un paso de vanguardia para una institución cultural suiza. Incluye la prohibición de plásticos de uso único y la promoción de la movilidad lenta en el marco de las actividades festivaleras.
Locarno se reinventa en la etapa postpandemia. Explota en oferta cinematográfica al tiempo que cierra su cintura logística. Y asegura una de las ediciones más osadas en su historia de más de 70 años. La edición de todos los riesgos y de lo imprevisible como consigna cotidiana. Una edición que hace apenas un par de meses parecía más a un sueño de ficción que a una gran pantalla gigante iluminada.
Sergio Ferrari